7/9/08

LAS LOCAS AVENTURAS DE LOS JUGLARES MARINOS, por Niko Gadda Thompson

La historia detrás de este relato fantástico es lo suficientemente curiosa como para pretender aquí contarla a modo de introducción. Y sucede que “Las locas aventuras…” no sólo es un delirio esquizofrénico, sino que está basado en hechos reales.
Así es, amigos; los juglares marinos no son otros que la primer camada de personajes verídicos con los que me tocó convivir en mi querida Pirámide, la casa de Tigre (no “del” Tigre, que sino los locales se me enojan) en la cual tuve el privilegio de habitar durante casi tres años de mi dorada juventud. En aquella época sumábamos 7 barbudos andrajosos, los siete que están representados en “Las aventuras…” y con el correr de los meses se fueron sumando otros barbudos andrajosos -y algunas barbudas también- hasta llegar a sumar nada menos que 10 miembros humanoides, más dos gatos y un niñito revoltoso de tan sólo dos abriles. Verdadera tribu de hijos adoptivos, fuimos los hijos de esta Pirámide, el hogar y el oasis de una bohemia anónima y delirante, de esas que no producen más que milagros en la vida cotidiana, sin dejar más rastro que en la memoria de unos pocos afortunados. Una loca fiesta inolvidable…
En fin, como les iba diciendo, el relato de los juglares está basado en la primer camada de perejiles fumeta que vivieron en la casa (en realidad hubieron dos o tres miembros anteriores, como aquel que hace honor al “Almirante Dor Vaal”, quien fuera el hijo mayor de la dueña y el responsable de la germinación de todo este fenómeno pisco-antropológico cualquierístico).
La idea que dió origen al relato fue mi intención de hacerle un homenaje a la casa. Entonces se me ocurrió sugerirle al editor de la revista “Barcos Magazine”, para la cual colaboraba, que me publicara un cuento escrito “especialmente” para la misma. Este buen hombre, ignorando mis verdaderas intenciones, aceptó gustoso y así me largué con esta historia que está llena de chistes y jergas internas descifrables únicamente por la gente de la casa. Más de 15.000 ceños se deben haber fruncido ante tan exóticas ocurrencias. Algún flashero se habrá divertido, espero, pues dentro de lo posible intenté mantener una estructura primaria compatible con la coherencia. Pero la verdad es que todo el texto fue diseñado para el deleite exclusivo de los piramidales y sus allegados (las chichís, por ejemplo, están inspiradas en señoritas reales), los cuales de repente se encontrarían reflejados en una historia delirante publicada en esta revista, a lo menos, seria y prestigiosa.
El artículo original llega a la mitad de “Las aventuras…”, cuando los juglares encuentran la isla con forma de mujer. El resto lo escribí para una segunda parte que nunca se publicó, pues el chiste no llegó a tanto. El editor me mandó a cagar con las siguientes palabras: “¡Qué querés que te diga! La primera parte no se entiende un sorongo. Tus cuentos son muy raros, pibe.”
Y me terminó sentenciando con que una primera estaba bien, pero que ya dos sería demasiado.


Con ustedes,
Las locas aventuras de los juglares marinos
Sugerencias y asesoramiento histórico a cargo de Mitzuca Chinycó
Sugerencias racionales y asesoramiento histórico confiable a cargo de Vincent Von Streitsen


Aún hoy recuerdan los porfiados marineros que ahogan sus penas en el bar del viejo malecón las locas historias del Tigre Egipcio, el alegre bergantín de los juglares marinos. Muchas han sido sus aventuras, la mayoría engullidas ya por la indiferencia del olvido; pero aún algunas permanecen vivas, circulando obstinadamente en el éter de los mitos.
La leyenda comenzó una noche sin luna del año 1606. Las olas crecían sin piedad y el frío era intenso como cachetada seca. En aquellos años de escorbuto y superstición, los marinos no contaban con los abrigos suficientes para poder soportar sin dolor las bajas temperaturas de los mares del sur y el latigazo constante de las gélidas aguas que en tiempos de tormenta acarician la piel como lo haría la misma muerte. La tripulación del Egipcio sentía esas caricias, las sentía hasta los huesos. Y aún así, no era el frío lo que más los abrumaba. Muy pronto, las fichas cambiarían de posición en el absurdo tablero de sus existencias.


La tripulación
El Cazador, personaje austero y algo siniestro, de ojos azul profundo y nariz aguileña, ostentaba un pasado oscuro y lleno de secretos. Mucho antes de conocer el océano sus pasos habían dejado huella en las oscuras montañas del norte canadiense, paisaje que lo vio nacer y cazar sus primeras presas.





El cazador



A Bum Bum Kid, hijo pródigo de la madre Rusia, le decían así porque era un maestro -o sea, un psicópata obsesivo- en el arte de la artillería pesada. Su especialidad desde los cinco años: cañonazo limpio a los mástiles enemigos.




Bum Bum Kid



Pantanetti era, sin lugar a dudas, el galán de la pandilla. Auténtico mestizo, fruto del amor pasajero entre una india Caribe y un negrero portugués, "El Panta" -como sólo se lo conocía en los pasillos del egipcio- se hacía pasar por Don Juan del Carabajal, un “hidalgo español nacido entre Castilla y León” (el muy bruto), con el insaciable propósito de cortejar a todas las mujeres, mujercitas y mujerzuelas que se atravesaran en su camino. A todas ellas él sabía conquistar.




Pantanetti


Romanicus Doorn Idus era un muchacho alto y respingado, de finos modales y una abierta predilección por la Historia, la cocina tailandesa y las juergas noctámbulas. Sudafricano por cuarta generación, sus ancestros habían pertenecido a las camadas pioneras de los Bóers transplantados al continente negro. Enamoradizo por definición, vivía con la eterna ilusión de desposar a Florancia de los Olivos, una bella doncella que había conocido en los balnearios de La Gomera. Ávido escritor, mantenía una detallada crónica de sus días en altamar.



Romanicus



El cocinero de la embarcación, mejor conocido como el Apóstol, era un hombrecillo enjuto y atormentado. Los avatares propios de una vida intensa y sacrificada constituían un campo fértil para usar su imaginación y soltar las más satíricas e irónicas ocurrencias. Sus pasteles de manzana eran insuperables.





El Apostol


Aldus Chónchulon, un mongol pequeño y orgulloso, era un auténtico bipolar de época. De día, todo un caballero; sobrio como monja en penitencia, gustaba de las charlas profundas y era una esponja absorbiendo conocimientos. De noche también era una esponja, pero del ron cubano y la cerveza casera. Sus titánicas borracheras lo hicieron famoso en los siete rincones de este alcohólico planeta.





Aldus Chonchulon


El séptimo y último tripulante decía llamarse Calvino Nahik, aunque nadie supo nunca si aquel era su verdadero nombre. Hijo de colonos ingleses –aseguraba provenir de las orillas de Sumatra- Calvino era un muchacho refinado y bonachón. Amigo de la farsa metafórica y las metáforas farsantes, siempre estaba dando el coñazo con preguntas incisivas e inoportunas, embelesado con la idea de develar quién sabe qué ridículos secretos.




Calvino Naik


Aquella noche, no sólo fueron borracheras autodestructivas y señoras trifulcas en la cubierta del egipcio. Un sentimiento de unión y deber al prójimo reinaba subrepticiamente entre los miembros de la más rebelde y divertida pandilla de piratas medievales. Y es un hecho (rotundo, por cierto) que el Tigre VII sería, al amanecer del día siguiente, un barco sin capitán. El último de los oficiales al mando, el Almirante Dor Vaal, murió misteriosamente esa noche de tormenta, y jamás nadie se tomaría el trabajo de reemplazarlo.




Almirante Dor Vaal



La tripulación, que venía planeando el golpe desde hacía ya un tiempo, siguió su rumbo tranquila y rebautizó la nave. Lo que antes era un bergantín de la marina holandesa, pasó a ser un legítimo y alocado barco pirata. A raíz de una astuta propuesta que hizo Doorn Idus (herencia de su breve estancia en la universidad de Bolonia), se implementaron las famosas A.I. (Asambleas Interminables) para resolver los grandes dilemas y la vida continuó como solía serlo: caótica. Pero eso no les importaba a los juglares; ellos eran ahora libres como chiquillos malcriados. Y el océano era su patio de juegos.
Según asegura la mayoría, los “juglares marinos” (nombre que usaban en broma y marcó sus vidas para siempre) se pasaron los siguientes dos o tres años pirateando por doquier. Algunos pocos garantizan que la orgía de saqueos y partuzas se prolongó durante más de 15 años y siempre con la misma tripulación; al perecer jamás ninguno de ellos desertó, murió o fue reemplazado… Difícil de creer tratándose de semejantes sabandijas. Sea como sea, en lo que todo el mundo coincide es en la naturaleza alocada de esta pequeña y bizarra tribu del mar. No sólo se dedicaban a robar oro y violar vírgenes, también coleccionaban caracoles y organizaban torneos de poesía improvisada.
A la mañana siguiente de la trágica muerte del Almirante Dor Vaal, las fuertes lluvias aún no amainaban y la tripulación del Tigre Egipcio iba y venía de una punta a la otra como poseída, ocupadísimos cada uno en sus imprescindibles responsabilidades:
El Apóstol y Bum Bum Kid jugaban a las bolitas en el puente (imaginen lo difícil que es hacer “oki” en esas condiciones). Romanicus –que por esos días tenía la cara en compota tras el impacto de una cornamusa que los muchachos, infantilmente, se arrojaban entre sí para lastimarse y reírse de ello- pulía los bronces con pomada y trapito gritando desquiciado: “¡Si nos hundimos, nos hundimos con estilo!”. El Panta y Nahik –bajo los efluvios de unas misteriosas plantas aromáticas- habían enjabonado la cubierta de estribor y, equipados con sus calzones deslizantes confeccionados con piel de foca, competían a ver quién resbalaba más lejos. Aldus “soy mongól y me la aguanto” Chónchulon, desnudo y lidiando con una de sus peores kurdas, hacía sendas chiquilinadas en el carajo, su rincón preferido en todo el barco. El cazador, estoico y ceñudo, mantenía el rumbo con su pie derecho mientras se tomaba, de a sorbitos, una botella de jerez.

La isla de las Chichís
A pesar de semejante profesionalismo, el viento y las fuertes corrientes -que molestaron a más de tres ocasos en aquellas latitudes del pacífico oriental- consiguieron desviar la embarcación de su trayecto original empujando a sus víctimas hacia aguas desconocidas.
Poseidón descansó por fin satisfecho. La tripulación, abatida, roncaba al unísono una sinfonía onírica de colosales proporciones. Pasado un tiempo, los rayos de un sol amigo abrieron los ojos de Aldus “resaca curtida” Chónchulon, que estaba hecho un rollito en su carajo. ¡E p¥ta! –se le escuchó gritar en su extraño idioma, y luego- “¡Arriba los de abajo! ¡Tenemos tierra a la vista!”. Efectivamente, el Egipcio enfilaba directo hacia una figura oscura recostada en el horizonte, la imagen de lo que a todos les pareció una isla con forma de… ¡silueta de mujer!
Tetania, que en un antiguo dialecto bieloruso significa “Las curvas superiores de Eva" fue el nombre que Bum Bum eligió para llamar a esta arrogante formación rocosa depositada más allá de las cartas marinas barajadas en aquella época. De estilo marcadamente tropical -plagada de verde, humedad y potenciales plantas alucinógenas- Tetania resultó ser un lugar único en la tierra, pues estaba habitada por las nativas chichís, hermosas mujeres multirraciales pertenecientes a una tribu enteramente femenina, la milenaria tribu Chichí.



Ianomasmaní, emperatriz de la tribu Chichí


Allí, los “falus” (así llamaban a sus hombres-pareja) solían ser lo que en ese entonces resultaron nuestros envidiables amigos: unos fortuitos visitantes venidos de la mar. La costumbre marcaba una simple regla básica: Aquellos falus que encontraran la isla, podrían intimar con las chichís, bajo la condición de adoptar a todos los varoncitos nacidos de la mixtura; medida ésta que implementaban para asegurar su insólita estructura social sin tener que recurrir al infanticidio (lógicamente, eran chicas feministas pero también humanistas).
Todos habían escuchado rumores acerca de este insólito y a la vez excitante lugar, pero nunca nadie imaginó que algo así podría ser cierto. Los muchachos no lo dudaron ni un segundo; no había terminado aún la mañana y ya se oían algunas chichís sermoneando, decididas, a sus respectivos “falus” de turno.




Algunas de las misteriosas chichís, mujeres de deliciosos encantos y otros muchos artilugios. Éstas que vemos aquí -sin embargo- están bastante fuleras, por lo que los expertos sugieren que se trataría de las que quedaron fuera en la repartija de “falus”. La segunda de la derecha, no obstante, debilita esta teoría.

Alelaí, Barbalá, Nataí y Lurdilea eran cuatro de estas guerreras brujas, pues no sólo eran expertas en los encuentros “tet a tet”, sino que además dominaban las artes oscuras y tenían una excelente memoria para registrar todo lo que sus concubinos hacían “mal”. Eran muy recias y lo sabían, pero nuestros valientes amigos no se andaban con exigencias; como cualquier marino bien machote, gustaban de las mujeres y con eso ya era suficiente.
El intercambio de fluidos duró lo que tenía que durar para cada uno y -tras unos lujuriosos días de juergas, relajo y viajes psicodélicos- la tripulación se vio en el aprieto de tener que hacerse cargo de cuatro chiquillos recién nacidos. Ellos eran: Olivo (un negrito alegre y movedizo que nunca dejaba de comer y preguntar), Xavier (siempre callado y meditabundo, se dormía hasta cuando hacía la plancha), el pequeño Facunino (al principio era un poco tímido, pero lo superó y treinta años más tarde fue proclamado emperador de Kurdistán), y Mexxi (era un dotado en el “melón pie”, pero jugando con en las arcas de los piratas, se golpeó con un copa de oro en la cara y nunca se recuperó).




El pequeño Facunino con su madre en el momento de la despedida. Ella nos muestra una placa en la que reza “Siempre estaré contigo, mi dulce Facunino. Hace caso a lo que te dicen y nada de comerse los mocos”.





Olivo

Entre sollozos (piratas incluidos) y promesas falsas de prontos encuentros, los estables del egipcio levaron ancla y una vez más se dirigieron hacia lo desconocido. Mil aventuras más les estarían esperando. Y otras mil encontrarían ellos por su propia y bendita cuenta.


Todo el mundo los conoce como “los alegres juglares marinos”. Ellos son los piratas de la loca mar.

11/8/08

LA ENTREVISTA, por Niko Gadda Thompson (parte III)

Jingle del programa de Larry

Vincent (subiéndose la bragueta): …y así es como los bosquimanos resuelven sus disputas.

Mitzuca: ¡Dímelo a mí!

L.Q.: ¿Estamos en el aire? ¡Claro que sí, mis queridos amigos! Hemos vuelto, una vez más, con nuestros invitados de lujo Vincent von Srautsen y Mitzuca Chinycó.

Vincent: ¡Ya le dije que mi apellido es Streit..!

L.Q.: Estimado Vincent, según mi entregado equipo de investigadores, su padre…

Vincent: Joseph Von Streitsen.

L.Q.: Fue conde.

Vincent: Nunca la gustó alardear de ello.

L.Q.: Nacido el primero de noviembre de 1893, su padre se crió entre cojines bordados por la servidumbre de la elite holandesa y fue nombrado conde cuando contaba con tan sólo 10 años.

Vincent: Correcto.

L.Q.: Durante su juventud gozó una fugaz pero suculenta carrera en Hollywood como actor secundario de películas vanguardistas y, tras sufrir un misterioso desencanto amoroso, volvió a su tierra natal, conoció a su madre –la majestuosa Gloria Gray- y se casó con ella.


Gloria Gray, madre de Vincent (Haarlem, Holanda – 1932)

Vincent: Efectivamente, Larry. Primero trabajó como iluminador en algunas películas impresionistas de su amigo el teutón Wayne Roberkraüss, pero por alguna razón no tuvieron mucho éxito. Años más tarde, se embarca al "nuevo mundo" para hacer un postgrado de filología comparada en la Escuela de Maestros del Sur de California y fue entonces cuando conoce a los hermanos Marx. En seguida se hace amigo del grupo -especialmente de Groucho- y consigue así participar en una de sus películas.


Joseph Von Streitsen, el padre de Vincent, como extra en una peli de los hermanos Marx; se cree que se trata de “Humor Risk”, lanzada en 1921, la cual –según cuenta la leyenda- sólo se exhibió una sola vez en función privada.


L.Q.: ¡Ilustre privilegio!

Vincent: ¡Y que lo digas, Larry! Esos tíos redefinieron el sentido del humor. Aunque el verdadero Groucho no era el hombrecillo absurdo y simpático que todos conocemos; solía refunfuñar más de lo recomendable y era muy, pero que muy tacaño.

Mitzuca: Como uno que yo conozco…

Vincent: ¡Blasfemias! ¡Yo no soy tacaño! Sólo cuido aquello por lo que no quiero perder mi tiempo en recuperar.

Mitzuca: No sé por qué te das por aludido. Me podría estar refiriendo a cualquier otro. A Larry, por ejemplo.

Vincent: ¡Sí, como no! El señorito no repara en sus finanzas cotidianas. El señorito se defeca olímpicamente en el porvenir de su existencia. ¡El señorito es libre, jovial y perfecto!

Mitzuca: Así es.

Vincent: ¡Y su viejo amigo tiene que rescatarlo, una y otra vez, de la pintoresca y alarmante miseria! Me haces daño, Mitzuca.

Mitzuca: ¡Anda ya! Pareces una niña.

L.Q.: Señores, por favor; ¡dos colegas como ustedes!

Mitzuca: Tienes toda la razón, Larry. Procuraré acordarme de no olvidar lo que siempre es bueno tener presente.

Vincent: Sí, claro. Acordarte de humillarme en frente de millones de televidentes.

Mitzuca: ¡Ja! Estaba pensando en nuestra amistad, pero eso también es importante. Y no creo que sean millones...

L.Q. (apresurando el corte de otra inminente embestida): Volviendo a la directriz de nuestra entrevista…

Vincent: Durante el verano del 34, Groucho se hospedó un par de semanas en el castillo de la familia cuando el pobre diablo decidió tomarse unas vacaciones tras el agotador frenesí que significó filmar “Sopa de Ganso”.

Mitzuca: Entonces Groucho conoció a Vincent, que tan sólo tenía un añito, mi chiquitito (apretándole un cachete), y lo apodó “Little Vamp” en alusión al romance entre bastidores que Joseph sostuvo con Theda Bara, la primer femme fatale de la industria del cine.

Vincent: Este mote, por supuesto, permaneció lejos de los oídos de mi pobre madre.

Mitzuca: Sabido es que donde don Joseph ponía el ojo, don Joseph ponía la toronja.

Vincent: Todo un playboy, mi buen padre. Un galán de la vieja escuela

Mitzuca: Una verdadera inspiración para muchos de nosotros, claro; excepto para su propia progenie, como ya lo habrán notado.

Vincent: ¡Eso no tiene nada que…

L.Q.: Mis queridos y antagónicos personajes al borde de lo trillado; como ustedes saben, el tiempo no sabe de demoras, así que ¿les parece si retomamos el hilo de lo que nuestro querido Von Strujen estaba relatando?

Vincent: ¡Mi apellido no es von Struj..!

L.Q.: Algunos de sus miembros son en verdad increíbles, estimado Vincent. A modo de ejemplo está su “medio tío” sudafricano, de nombre Thulani…

Vincent: ¡Ah, el viejo y misterioso tío Thulani! Fue el ídolo supremo de toda mi infancia. Era bastante mayor que mi padre (nació en 1872, o sea que le llevaba 21 años), vestía siempre con esos exóticos batiks multicolores y tenía una cicatriz en el costado izquierdo de su rostro que iba desde la oreja hasta la comisura del labio.

L.Q.: Un encuentro desafortunado con alguna fiera salvaje, ¿tal vez?

Vincent: Nada de eso, Larry; se enganchó con un clavo jugando a la mancala.

Mitzuca: Tal vez iba perdiendo y se hizo daño a propósito para cancelar el juego y evitar la humillación.

Vincent: Eso es algo que sólo tu serías capaz de hacer, mi querido amigo.

Mitzuca: Nunca falla.

Vincent: Mi tío se aparecía por el castillo una vez por año y siempre me traía algún regalo maravilloso, como el colmillo de un elefante, las garras disecadas de un león o las últimas historietas de “All-Flash Quarterly”. Fue uno de los primeros cazadores furtivos devenidos ecologistas con el correr de los años. Llegó a conocer al ilustre Jacques Cousteau un año antes de su muerte. El joven Jacques le hizo un bonito homenaje bautizando a un erizo de mar “Echinoidea Thulanis”.


Retrato en carbonilla de Thulanis, el medio tío de Vincent, por un descdonocido artista local (Barberton, Sudáfrica - 1891)

L.Q.: ¿Y de dónde proviene este Quateremain personalizado? ¿Su abuelo acaso no era holandés?
Vincent: Efectivamente, Larry. Sucede que mi abuelo, Johan Von STREITSEN (remarcando bien el apellido a ver si el idiota de Larry lo pronuncia correctamente la próxima vez), durante su época de estudiante en la Universidad Libre de Bruselas, se encaprichó afectivamente con una señorita llamada Mbhali Ó Conaill…

Mitzuca: Una preciosa mestiza sudafricana fruto del amor sincero entre una campesina zulú y un disidente irlandés.

Vincent: En un arranque de pasión desenfrenada, engendraron a este niño -mi tío- apenas moreno y de finos rasgos inclasificables.

Mitzuca: Rechazada firmemente por sus rígidos y mojigatos bisabuelos, quienes veían en este acontecimiento una molestia indecorosa para la prominente carrera de su único y malcriado heredero, Mbhali se termina cansando de todo el asunto y se vuelve con el niño de nuevo a su patria.

L.Q.: Una mujer mestiza y madre soltera camino al epicentro de la intolerancia racial por aquellos tiempos. Debió haber sido muy duro para ella, no caben dudas. Todo aquel karma sociopolítico sobre sus espaldas…

Mitzuca: Y bajo sus pechos, un hambriento bebé recién nacido.

Vincent: Por suerte, no estuvo sola mucho tiempo. Al año de volver a su Pretoria natal, se enamoró perdidamente de un trekboer...

Mitzuca: Aunque cueste creerlo.

Vincent: ...llamado Jan Christiaan Cronje y juntos fundaron la primer ONG nacional en pro de la integración racial llamada “Organización Transcultural y Anarquista por la Liberación Universal de las Masas”.

Mitzuca: M.U.L.A.T.O. en sus siglas originales; claro que esto es una fortuita, aunque alegre, coincidencia.

Vincent: Joseph, mi padre, conoció a su medio hermano, rebautizado como Thulani Cronje O´Conaill, mucho tiempo después…

L.Q.: ¡Ya les decía yo; una historia realmente increíble!

Vincent: No es para tanto, Larry. El mundo está lleno de historias como esta.

L.Q.: Veo que es usted un hombre muy modesto.

Mitzuca: Además de tacaño.

Vincent: ¡Mitzuca, pequeña sabandija nipona, te voy a...!

L.Q.: Calma, calma por favor, señores. Prosigamos con esta esquizofrénica entrevista lo más civilizadamente posible, se los ruego. Así que volviendo al tema central, mi querido Vincent, según mis fuentes usted se cría con niñeras e institutrices en el ala oeste del “Luguber Kasteel”, la inmensa y escondida propiedad de su familia ubicada en las afueras de la capital holandesa.


Vincent de niño (Mónaco, 1942)

Vincent: Así es, Larry querido. Y a los 15 años me mandan a un internado en Apeldoom y de ahí para Oxford a estudiar filología, siguiendo los pasos de mi padre.

L.Q.: Una vez recibido, se alista en el cuerpo de paz y conoce África. La razón –al parecer una constante en su familia- tiene que ver con los caprichos del corazón, y cito: “Me fui a Camerún sólo por seguir a la única mujer que realmente ha amado en mi vida”.

Vincent: Sophia Hampton era su nombre; la mujer más maravillosa que jamás conocí… Murió el 2 de abril de 1961 en una matanza perpetrada por los… pues por los guerrilleros de turno. Los detalles de esta historia me los llevo a la tumba.

L.Q.: Entiendo perfectamente, Vincent, y estoy seguro que nuestra audiencia lo entenderá también.


Dibujo en lápiz de Sophia Hampton. El dibujo es de Vincent y la fecha está borrosa, pero se trata del año 1960, meses antes de su muerte.

Vincent: Gracias, Larry. Eres un buen hombre. Sigue tú, Mitzuca

Mitzuca: El pobre muchacho, destrozado por tamaña tragedia, comienza una travesía onírica muy flashera que lo lleva a recorrer sin rumbo la jungla del Congo y el desierto del Sahara hasta llegar a la costa occidental y embarcarse desde Marruecos en la primera patera que surcó del Atlántico hacia las Islas Canarias.

Vincent: Aprovecho la ocasión para mandarles un hálito de aliento a todos mis compadres que arriesgan sus vidas, no ya para regresar a sus hogares, sino para alcanzar esa falsa promesa en la que se ha convertido mi viejo, viejo mundo.

Mitzuca: Desde Tenerife vuelve a su Holanda querida por unas semanas, visita a la gente que tiene que visitar en Ámsterdam y se recluye, sediento de soledad, en el castillo de su familia.

L.Q.: ¿Y esto sucedió en qué año?

Vincent: Agosto del 63. Tenía casi 30 años.

L.Q.: ¡Fascinante! ¿Ya tenemos un corte? Parece, amigos, que hemos llegado al final de este bloque. ¡No se vayan muy lejos que en seguida regresamos con más!

Mitzuca: ¿Queda algo de ese Glenfiddich que me prometieron?

Vincent: Para mí una limonada con dos cucharadas de azúcar, por favor. Que sea de jugo natural, si es posible.

Jingle de cierra de bloque del programa de Larry

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Continuará…

10/8/08

EXPLOSIÓN EN BOUGAN VILLE, por Mitzuca Chinycó

Dos ciegos iban 15 a 14 en un partido de ping pong cuando, súbitamente, sintieron un terrible estruendo. Lo que parecía ser una explosión distante, dibujó en el horizonte una densa nube con forma de clavel. Los muchachos no lo vieron, aunque uno pudo olerlo y el otro saborearlo.
Al tuerto Manchuria, ilustre borrachín del barrio de insinuado aspecto cantonés, no lo sorprendió en absoluto. Hacía años que vivía con la esperanza de perder lo poco que quedaba de su cordura y la noche anterior lo había conseguido en el patio trasero de un motel.
Giuseppe, en cambio, sintió en seguida la certeza de que pronto mutarían muchos de sus genes. Segundos antes del estruendo, caminaba despacito masticando ideas plañideras cuando al girar la cabeza, y luego de unos escasos aunque indefinidos segundos de marcha ciega por la atención prestada a la estrambótica catástrofe, sintió un fuerte golpeteo en sus costillas seguido de una ronca voz a la altura del ombligo que decía: “¡Mira por donde andas, niñaco distraído!”, increpación -con escupitajo al suelo- que un gerente de aspecto amargo propinole tras rozarlo éste apenas con su brazo izquierdo. “Disculpe, buen hombre”, fue la atrevida respuesta de Giuseppe quien, con refinada picardía, culminó la frase dando un saltito piamontés.
Y sucede que aquel vejestorio, aunque calvo y demacrado, no cabían dudas que era toda una mujer.

16/7/08

LA ENTREVISTA, por Niko Gadda Thompson (parte II)

Jingle de apertura de bloque del programa de Larry

L.Q. (quién, sentado en un sillón horrible color mostaza, aparenta terminar una frase graciosísima justo en el momento previo a estas palabras): Aquí estamos, una vez más, en nuestro primer ciclo de entrevistas inclasificables y nos estamos deleitando con estos dos inusuales caballeros quienes han venido a contarnos un poco acerca de sus vidas. ¿Cómo la están pasando, señores?

Mitzuca: Estoy tan a gusto aquí, Larry, que ahora mismo me echaría una siesta.

Vincent: Creo que a mí me cayó mal el bacalao.

L.Q.: ¡Que desgracia, mi querido Vincent! ¿Si se siente usted muy mal?

Mitzuca: Señores, sus narices están a punto de vivenciar una de las experiencias olfativas más traumáticas después del basural y las colonias de elefantes marinos. Personalmente les recomiendo que huyan despavoridos.

Vincent: ¡Ups! Demasiado tarde.

La cara de asco de Larry nos revela el nivel de pestilencia que posee la evacuación del holandés. Se escuchan tosidos frenéticos y exclamaciones murmuradas por doquier. Mitzuca, mientras tanto, permanece inmutable y remata con un…

Mitzuca: Tuvimos suerte de que fuera uno de sus "suavecitos".

Risas de un público que, inspirado en las indiscreciones de nuestros protagonistas, comienza a revelarse contra las normas del programa y hace caso omiso a las indicaciones del monigote que marca con cartelitos estúpidos lo que tiene que hacer.

L.Q. (ya casi recuperado de la sofocante interrupción): Mi amigo Vincent; ¡a usted sí que le cae mal el pescado! Es una suerte que nuestros auspiciantes no vendan bacalao. Así nos dejarán seguir con el programa.

Vincent: Por favor, disculpen a mi esfínter. Dice que no volverá a suceder.

L.Q.: Y así lo esperamos. Bien, volviendo al hilo de la entrevista, por lo que tengo entendido –señor Mitzuca- usted tenía 9 años cuando dejó su país natal y fue a parar a Mongolia, donde estuvo allí unos meses en un orfanato hasta conseguir trabajo en una de las tantas y hoy famosas caravanas nómades.



Warutsu Takeshi -madre de mitzuca- en sus épocas de soltería. Aquí la vemos debutando como corista en El Dragón Erguido, famoso cabaret nipón (Okazaki, 1926)

Mitzuca: Así es,Larry. Una caravana esteparia de recios mongoles. Gente ceñuda la de aquellos lares, pero muy bondadosa. A mí me hacían sentir como un mongolito más, mimado y azotado por igual como el resto de los niños.

L.Q.: ¿“Azotado”?

Mitzuca: Una travesura mal planificada podía transformarse en una tragedia por aquellos caminos. ¡Imagínese usted tirarle tierra en los ojos a un yak, que el pobre y chirriante animal se desbande precipicio abajo con todos los enceres de la cocina y que a uno no le propinen por ello ningún castigo en absoluto! No, señor. Aquello significaba, como mínimo, unos veinte rebencazos en la rabadilla, a diez por nalga.

L.Q.: Entiendo. ¿Y por qué decidió usted abandonar Mongolia?

Vincent: Lo azotaban demasiado.

Mitzuca: ¡Ja, ja! ¡Tú callate, viejito pedorro! Sí que era un niño bastante movedizo, lo admito, pero la razón no tenía tanto que ver con lo que dejaba atrás, sino más bien con lo que venía adelante. De muy pequeño ya me había dado cuenta que vivir es viajar y viajar es moverse. En el camino quedan los recuerdos y los seres queridos. A algunos de ellos podemos visitarlos y a los otros… pues estarán siempre con nosotros.

Vincent: Esto es lo más cursi a lo que mi amigo puede aspirar.

Mitzuca: Golpéame con furia si vuelvo a hacerlo, colega.

Vincent: Sabes que lo haré.




Aldus Chonculon III, Kim Go Khum y la pequeña Tak, familia mongol perteneciente a la caravana en la que participó Mituzca

Mitzuca: Como les decía, la caravana cruzó la frontera nacional con la intención de vender sus productos en China. Así fue como llegué a Turpan, en el noroeste del país, cerca de las “montañas flameantes”, y por allí me quedé unos años hasta que a los… catorce, más o menos, decidí continuar mi camino.

L.Q.: Aquí tengo anotado que en una oportunidad aclaró usted que se fue de China porque, y cito: “el modelo de sandalias que allí se usaban me apretaba demasiado en la zona del empeine”.

Mitzuca: ¡Ah, insoportables, mi querido Larry! Veo que no está usted tan mal informado, después de todo.

L.Q.: De allí se dirige al sur y recorre -a pie- el Tibet, Nepal, Bangladesh y termina en la India donde permanece por un par de años hasta que en 1953 viaja al Líbano y se interna en un templo musulmán en Tarabulus donde estudia durante años filosofía clásica, mística islámica y repostería artesanal.

Mitzuca: Así es.

Vincent: El señorito prepara las mejores “muhalabiyas” de todo el hemisferio occidental.

L.Q.: Y en 1961 se muda a Inglaterra, pero no sin antes tomarse un añito sabático embarcado en el velero de tres mástiles que le presta un jeque amigo suyo, el magnate de los pikles libaneses Mohamed al Dalí (presunto pariente lejano del famoso pintor catalán) con el cual recorre el Egeo y, claro, encuentra la inspiración para escribir sus primeras obras de ficción: “Ahora sí que no”, “Las tetas de Yael” y “Abuelita reencarnó en un mastín napolitano”, entre otras.
De ahí, como ya dijimos, se va para Inglaterra y…

Mitzuca: Recuerdo muy bien aquellos primeros atisbos de narrativa en prosa –todo muy autobiográfico- y también recuerdo a mi querido Mohamed… Era un hombrecillo ceñudo y despótico, pero en el fondo tenía buen corazón. “Mis súbditos son como niños mansos -solía decir con la mirada puesta en el horizonte- los tengo cagando para que no descubran lo divertido que es importunar”. Y sí, de ahí me fui directo para Inglaterra.



Klotus, una de las tantas mascotas de Mitzuca (Londres, 1963)

L.Q.: Donde, entre otras cosas, formó parte del movimiento psicodélico que después dio lugar al p-funk, ¿no es así?

Mitzuca: Algo así.

Vincent: Déjamelo a mí, Mitzuca; me encanta esta historia. Resulta que una familia negra de jamaiquinos se muda cerca de la casa donde vivía Mitzuca, ubicada en pleno Hampstead.

Mitzuca: Un barrio de blancos de lo más paquete.

Vincent: Y al poco tiempo conoce al padre de la familia, Bob Tosh, un gran bajista de reggae y soul, con el que formaron una banda a la que pronto se suma otro vecino en común que era guitarrista y -no me lo van a creer- judío de pura cepa.

Mitzuca: A mí siempre se me dio más por la percusión.

L.Q.: ¡Así que tenemos un negro, un japonés y un judío componiendo música en el Londres de principios de los 60´s!

Mitzuca: Créeme; es más trillado de lo que parece, Larry.

Vincent: Sa com sea, se “prendían unas velas” -como dicen los jóvenes de hoy en día- y se ponían a zapar.

Mitzuca: A los demás vecinos no les hacía ninguna gracia, por supuesto, y tuvimos algunos problemas con las autoridades.

Vincent: Por eso, un poco artos de toda esa mierda, le entregaron la única cinta que tenían grabada a un tal George Clinton, que era un amigo yankee del jamaiquino, para que hiciera con ella lo que quisiera. Así, señoras y señores, nació el p-funk. ¡¿No es fabuloso?!

L.Q.: ¡Ya lo creo que sí! Es una pena que no haya cobrado derechos de autor, señor Chinycó.

Mitzuca: ¡On contraire, mi querido Larry! El desinterés puede ser una artimaña bastante lucrativa. Años más tarde, Clinton me reconoció el favor regalándome una cabaña preciosa en Maui, la cual aún conservo.


“Funky Shack”, la cabaña de Mitzuca en Maui, Hawai

Vincent: Allí degusté mi primer joghurt descremado.

L.Q.: ¡Fascinante! Pero parece, amigos televidentes, que una vez más tenemos que interrumpir a estas dos leyendas vivientes con publicidades de licuadoras y jabón en polvo. ¡No se vayan muy lejos que enseguida regresamos con más!

Mitzuca: ¡Qué bueno! Aprovecharé para echarme una meada.

Vincent: Yo también.

L.Q.: Señores, por favor, sus micrófonos aún siguen encend…

Jingle de cierre de bloque del programa de Larry

Continuará…

10/7/08

MANIOBRA DE EMERGENCIA EN CAÍDA LIBRE, por Niko Gadda Thompson

Mi abuelo murió cuando mi padre era aún un niño muy pequeño. Sucedió unos meses después de aquel fatídico accidente del 9 de Julio de 1946 en las afueras de Bridgeport, Estados Unidos.



Nacido en 1905 en la ciudad de Esperanza (provincia de Santa Fé). Criado bajo el ala de una familia tradicional de clase media, el señorito Carlos Manuel Gadda, a los 10 años de edad y los ojos bien abiertos, toma una retunda decisión que cambiaría su destino para siempre. Cinco años más tarde, se muda a Buenos Aires para cursar los estudios secundarios en la Escuela de Mecánica de la Armada. Este jovenzuelo del interior, ingenuo, de culo inquieto y sobretodo muy testarudo quería, por sobre todas las cosas en este mundo, volar.
Como en aquellos tiempos aún no existía la carrera de ingeniería aeronáutica en la Argentina (ni siquiera en el plano militar), ni mucho menos la de piloto comercial (apenas si existía como concepto), la única posibilidad que tenía un paisano para pilotear aviones en aquellos tiempos de pioneros, era alistándose en el cuerpo militar para estudiar –primero que nada- ingeniería naval en la Escuela Naval Militar (de la cual Carlitos se recibe con honores en 1927) y luego aplicar para una beca de estudios en el exterior y rogar al cielo y al infierno (daba igual) para que te la concedieran. Todo esto le ocurrió al abuelo, y claro que le mereció una buena dosis de esfuerzo, paciencia y perseverancia, pero aquí estamos hablando de una persona que siempre supo muy bien lo que quería y no hizo otra cosa que eso: hacerlo.

Volviendo a aquel 9 de julio en Bridgeport, el entonces Capitán de corveta ingeniero Gadda se encontraba allí en misión oficial para analizar, testear y –eventualmente- adquirir en nombre del Estado argentino una partida de helicópteros S-51 de la firma Sikorsky, recién sacaditos del horno.



Algunos meses atrás había hecho lo mismo con tres o cuatro submarinos que le compró al ejército italiano en representación de nuestro país, algunos de los cuales todavía hoy se pueden ver -oxidado e inofensivo- en el puerto de Mar del Plata. Como ven, el muchacho se dedicaba a este tipo de cosas. ¡Y era todo un personaje! Aún siendo militar...
Según me han contado, el abuelo era un muy buen tipo, y bastante cómico a su manera. Tenía, por ejemplo, la capacidad de hablar en inglés exagerando casi todos los acentos europeos, cosa que de seguro rompería muchos hielos en los acartonados círculos de oficiales. También me han dicho que era uno de esos fanáticos de la velocidad, y debería ser cierto porque además de pilotear aviones (estamos hablando de finales de los 20 y principios de los 30), supo tener una Bugatti de las últimas -algo así como una Lamborghini Gallardo por estos días- que se trajo de Londres después de pasarse cinco años (1928-32) entre la capacitación en un curso especializado de ingeniería aeronáutica y los entrenamientos prácticos nada menos que en la R.A.F., la Real Fuerza Aérea. Efectivamente, había consiguido su beca.
Cuando se comprometió con mi abuela decidió vender la Bugatti para invertir el dinero en su nuevo proyecto conyugal, y un viejo amigo -al enterarse de la cuestión- le envió un telegrama oficial con la frase: “¡Doble error, my dear Charlie!”.

En fin, tras efectuar un tranquilo y satisfactorio vuelo de rutina con un ejemplar de los nombrados Sikorsky (uno de los primeros modelos que se fabricaron en todo el mundo), el ingeniero –que nunca se limitaba a los aburridos protocolos- dio la orden de efectuar una última maniobra de prueba: la maniobra de emergencia en caída libre…
Desprovisto de su cinturón de seguridad para poder acercarse al piloto y así tener una mejor perspectiva del ejercicio, nuestro protagonista se encontraba en cuclillas junto al timón de mando. Para que tengan una idea del asunto, dicha maniobra comienza con el apagado del motor, lo que –obviamente- provoca una caiga en picada de la nave. La misma caída genera la auto-rotación de la hélice mayor, proporcionando así una leve sustentación al helicóptero con la suficiente resistencia como para que el piloto pueda efectuar un aterrizaje “acústico” de emergencia.
La cosa venía bien hasta que, de repente, la tuerca “madre” que afianzaba la hélice -aflojada por las vibraciones mal absorbidas- se desprende, soltándose primero una de las palas y luego la hélice completa. El S-51 cae cual peso muerto por los siguientes 50 mts e impacta contra el suelo de cemento a una velocidad de 110 km/h. El ingeniero Gadda es arrojado con violencia contra los mamparos del fuselaje, con su cuerpo rompe uno de los vidrios reforzados de la cabina y con el envión restante sale expulsado al exterior cayendo 12 mts más lejos. Segundos más tarde, el S-51 parece la obra conceptual de algún escultor con problemas psiquiátricos, restos del fuselaje quedan desparramados a cientos de metros del punto de impacto y los tripulantes -vapuleados pero aún con vida- son auxiliados inmediatamente. Mi pobre abuelo también sobrevive pero el destino le regala una rotura total de su columna en un punto próximo a la base del cráneo y un corte transversal de la medula espinal, la cual queda literalmente desflecada...
Primero lo internan en los Estados Unidos. Mi abuela se toma un vuelo de cinco escalas y 24 hs. hasta el hospital en Bridgeport. Días más tarde, y con la asistencia de una enfermera americana, lo trasladan -en barco- hasta Buenos Aires. Tras 4 meses de agonía y un largo duelo compartido en vida con sus amigos, su esposa y sus dos pequeños hijos, estira la pata el 15 de noviembre de 1946 a las 11 de la mañana.

Esta es una historia que ya desde niño me impactó soberanamente (tal vez por el hecho mismo de que fuera, justamente, un niño) y juré que alguna vez la escribiría. Bien, ya está hecho; de manera escueta y tal vez un tanto descarnada, pero está. Sólo espero que mi padre -quien aún cuando no conoció lo suficiente al suyo se emociona cada vez que lo recuerda- no se enfade conmigo por hacer que sea de todos, algo que siempre fue tan suyo. Con eso me bastaría, aunque nunca me sobrará. Tal vez algún día escriba un poco más.

Miembros de la comisión argentina en Bridgeport:
Contralmirante Remo Julio Tozzini
Capitan de navío aviador naval Ernesto Mazza
Capitan de corveta ingeniero aeronáutico Carlos Gadda
Capitan de corveta aviador naval Vicente Baroja
Capitan de corveta ingeniero aeronáutico Federico Hachard
Capitan de corveta médico Alfredo Walker

20/6/08

ACÁ, por Mitzuca Chinycó


LA ENTREVISTA, por Niko Gadda Thompson (parte I)

Jingle de apertura del programa de Larry Queen

Larry Queen: -Buenas noches, planeta tierra. Bienvenidos a este nuevo ciclo de entrevistas alucinógenas. En nuestro primer experimento tenemos hoy con nosotros a dos personajes inclasificables. Dos huracanes del siglo XX que han sobrevivido hasta nuestros días a fuerza de “yogurt descremado y mucho sexo”, respectivamente. Se trata de los señores Vincent Von Sritsen y Mitzuca Chinycó, ¿lo dije bien?

Vincent Von Streitsen: -Eh… es Von Streit…

L.Q.: -Parecen sacados de la mente de algún jóven perturbado por las drogas. Sin ofender, claro.

Mitzuca Chinýcó: -Para nada, Larry. Estamos bien acostumbrados a esas y peores metáforas.

L. Q.: -Fantástico, entonces. Como les decía, hoy tenemos aquí con nosotros al señor Mitzuca Chinycó...


Mitzuca de niño, Mongolia (1945)

Mitzuca (señalándose con el dedo): -Ese soy yo.

L. Q.: -Y… a su agradable compañero. Dos de los personajes más insólitos que he tenido el gusto de entrevistar y que se han reunido hoy aquí después de no haberse visto las caras desde que un amigo en común organizara la Orgy Fest 2005 en una escondida mansión de la costa Canaria.

Vincent: -Estuvo aceptablemente bien. Aunque demasiada lujuria desenfrenada para mi gusto. Soy hombre de insulsas ocurrencias sexuales, me temo. Las excentricidades del género se las dejo a mi colega.

Mitzuca: -Podría entretener al público durante horas con mis locas anécdotas de alcoba si no me vipearan la vos cada vez que digo alguna put…VIP!

L.Q.: -¡Tal vez en otra ocasión, mi querido “Casanouva” (risas impuestas al auditorio)! Por el momento nuestra audiencia está muy interesada en ustedes mismos y sus, seguramente, fascinantes historias de vida.

Mitzuca: -Por supuesto, Larry. Lo que tú y tus asesores digan. Hablemos de nuestras vidas. ¿Qué quiere vuestra distinguida audiencia saber de estos dos altivos perdedores?

Vincent: -Sí, dinos Larry. ¿Por dónde quieres que empecemos? Siempre es interesante empezar por el final, ¿no lo crees? Ayer fui al proctólogo a que me hagan el chequeo semanal y después comí un helado de frambuesa sentado en un banquito a la orilla del mar.


Vincent en sus años mozos (Uganda, 1969)

Mitzuca: -Yo, por mi parte, fui un mar de frambuesa por una semana hasta que me acordé de chequear al proctólogo en la orilla de mi helado.

L. Q.: -¡Ya lo creo que sí, muchacho! Según me han dicho, contigo cualquier cosa es posible.

Mitzuca: -Cualquier cosa menos salir de copas con un contador, mi querido Larry. Son los tíos más aburridos que he conocido.

L.Q.: -Según mis archivos usted nació en Kyoto en el año 1936.

Mitzuca: -Sus archivos no mienten.

L.Q.: -Bien, y aquí dice también que su madre era florista y que su padre era… ¿un kamikaze?

Mitzuca: -Así le decimos en Japón a la gente que se sube a un avión, lo despega, revolotea un rato y luego se estrella contra algún objetivo enemigo. Mi padre fue un kamikaze. Una vez, pero lo fue.


Naruto Chinycó, padre de Mitzuca

L. Q.: -¡Increíble! Debió haber sido muy duro para su madre mantener sola a un niño tan revoltoso como me asegurans que lo era.

Mitzuca: -Insoportable, mi estimado Larry. Y mi madre era una santa, la pobre mujer; jamás me levantó la mano en vano.

L. Q.: -Y usted, Vincent, proviene de Ámsterdam y nació tres años antes que su amigo.

Vincent: -Correcto.

L. Q.: -Y al parecer también tuvo una infancia difícil. Según lo que dice en mi libreta, usted vivió en un castillo… ¿embrujado?

Vincent: -¡Esas son calumnias que nunca nadie me permite aclarar! El castillo no estaba embrujado. ¡Por Dios, a quién se le ocurre semejante superchería! El castillo, sencillamente, estaba poseído.

L.Q.: -Poseído.

Vincent: -Correcto. Lo habitaban tres espíritus siniestros; tres almas melancólicas que vagaban por los pasillos llorando penas olvidadas y me asustaban sin piedad de una a tres de la mañana.


Joseph Von Streitsen -padre de Vincent- siendo sorprendido por Dimitrius, uno de los espectros mencionados.

L. Q.: -¡Fascinante! Y díganme, muchachos, ¿cómo fue que ustedes dos se conocieron?

Mitzuca: -Primero que nada, Larry, quiero que sepas que nos conocimos el mismo día.

L. Q.: -¿El mismo día, dices?

Mitzuca: -Aunque te cueste creerlo. Sucedió en un congreso de literatura en el año 1977 en la ciudad de Buenos Aires, más concretamente en el Hospital Anchorena.

L.Q.: -¿En el hospital Anchore… en un hospital?

Vincent (miradita cómplice a Mitzuca): -Así es, Larry. Por aquellos años se estilaba organizar congresos de literatura en los hospitales estatales de la capital.

L.Q.: -¡Lo escucho y no lo creo (un “ooohhh…” del auditorio poco convincente)! De todas formas los hispanos siempre me han parecido un tanto incoherentes. ¡Pero parece, amigos, que es momento de una pausa! En seguida regresamos con más de la vida de este divertido dúo de lunáticos desquiciados.

Mitzuca: -¡Claro que sí, amigos! ¡Y si cambian de canal, olvídense del sexo anal!

Vincent: -¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Eres un cabrón, Mituzca.

L.Q.: -Je, je… Ya volvemos. (Señores, por favor no deben hablar después de que…

Jingle de cierre de bloque del programa de Larry

Continuará…

Aclaración impostergable: ¡Un saludo enorme a los ilustres contadores! Serán todo lo “aburridos” que Mitzuca diga, pero seguro tienen un gran sentido del humor. ¡A qué sí!

¿QUÉ?, por Mitzuca Chinycó


9/6/08

NACARU, por Vincent Von Streitsen

Se siente en el aire. La caída es inminente. Irrefutable. No hay hombre que pueda ni dios que quiera detenerlo. Solo resta desear la más rápida e indolora de las muertes...

Se despertó y lo primero que notó fue un silencio demasiado obvio como para no considerarlo sospechoso. “¿Dónde mierda se ha metido todo el mundo?”, balbuceó -horrorizado por un instante- para luego repetirlo en ese grito avergonzado de los que odian sorprenderse a sí mismos emulando la cobardía. Su ronca voz resonó con el eco de las treinta y cuatro habitaciones de su mansión, pero nadie respondió.

Por primera vez desde que comenzara su reinado de opulencia y tiranía, el acaudalado Montalbán -el enigmático y carismático hombre de “negocios” Braulio Gimeno Montalbán- se encontraba insólitamente despojado de toda compañía. Ni un solo gesto de vida asomaba esa mañana por entre los rincones de su soberbio caserón otrora hirviente de guardias, sirvientes y las sanguijuelas lame-culos de siempre. “¡Me han dejado estos cabrones! Nadie pensó en mí… ¿Acaso no saben de sobra lo que se han ganado por hacerme esto? ¡Acaso no me temen lo suficiente, carajo! ¿Dónde mierda se ha metido todo el mundo?”, susurrando una vez más. Esta vez sin repetirlo en voz alta.

El caos afila sus garras rasguñando la madre tierra. El espanto de los hombres no se oye, pero se cuece en su propia grasa. Este monstruo de inconciencia cósmica no nos puede ver; ni siquiera nos conoce. Somos carne de sus escombros. La necia pulpa de su eternidad.

Tras una inspección minuciosa y resignada del caserón, Montalbán tomó asiento en la butaca persa que descansaba en uno de sus pasillos y poco a poco, cuando sus propias y jadeantes resonancias se fueron apagando, rescató de la nada un leve pero insistente sonido que venía… pues venía de todas partes. Un sonido como de legumbres y hojalata que, habiendo sido trozadas a medias, estuvieran siendo masticadas a una enorme distancia de donde Braulio Gimeno se encontraba. Los indios caribe lo llaman nacaru, “el murmullo enfadado de la madre tierra”, el sonido que antecede a la terrible destrucción.

Acostumbrado a enfrentar complicaciones inminentes desde que su madre lo persiguiera por primera vez con la sartén de los huevos fritos, tan sólo dos fueron los segundos que el hombre necesitó para digerir aquella devoradora realidad y tomar una resolución (casi) inmediatamente. No iba por la mitad del tercero y el agitado barrigón con papada de primer premio ya enfilaba raudo hacia su “Super Bunker Anti Apocalipsis Tectónico” (B.U.L.O. en sus siglas originales), una cúpula vidriada e irrompible –según el prospecto- que el previsor y siempre acertado mafioso supo construir en medio de su jardín de flores, entre las begonias africanas, las esculturas del maestro Regazzoni y los 7 flamencos rosados adquiridos en “Mondo Kitch”, a dos por uno el flamenco.

La furia ciega de lo inerte mastica y engulle nuestras torpes existencias, eructando satisfecho los efluvios de la desolación. No hay vida mejor vivida que la que se vive muriendo.

Desde su B.U.L.O. Braulio Gimeno Montalbán pudo presenciar todo el devastador proceso sin sufrir siquiera un rasguño. En su mente quedaron grabadas imágenes tan bizarras e irreales que ni las locuras alucinógenas de un artista en pleno viaje psicotrópico hubieran podido secundarlas. Todo lo que alguna vez había permanecido inmóvil y expectante en su porción terrenal de los paisajes aledaños, se elevaba ahora como barrilete de niño mimado con la brisa de verano. Desplegando giros increíbles y desprendiendo partes de sus partes, los meteoritos de elaboración doméstica se proyectaban en todas las direcciones. Los mismos acompañados, siempre, por un leal séquito de esquirlas. Las casas vecinas, la suya propia, autos, árboles, animales y personas… Jamás se lo dijo a nadie pero el barrigón de la cápsula sabe que fue Don Armando quien pasó volando, montado en su bicicleta, por encima de su burbuja. El pobre aún estaba vivo, y duro como una piedra.

La paz es un estado del alma, jamás de la naturaleza. La crianza del universo nos corresponde. Sólo los dioses se mueven y no van a ningún lado. No conocen el tiempo y ya se han acostumbrado. Nosotros, en cambio, tenemos que morir.

A partir de entonces Montalbán no fue más el que tanto supo ser. Su rostro cambió de expresión y su riqueza de manos. Lo donó todo a las víctimas de aquella innombrable catástrofe.

Pocos días después, desapareció para siempre.

ECCE FAUNO, por Mitzuca Chinycó


A Franky "el leporino" Gonzalez le gusta la buena vida. Acá lo vemos chequeando a las minitas en algún escondido resort nudista del Caribe francés.

22/5/08

INSTRUCCIONES PARA EL DIABLO, por Mitzuca Chinycó

Lucy Pher y el creador de todas las cosas -incluyendo la diarrea líquida- se encuentran sentados a orillas de un océano místico. Lucy bebe su caipirinha de kiwi bien helada mientras Dios culmina una Pepsi light haciendo un ruido muy grosero con el sorbete. De repente, una gran idea...

Dios: ¡Y los hombres dominarán la tierra con todas las plantas y animales que en ella habitan!
Lucy Pher: Disculpe, gran Señor, pero ¿no le parece eso un poco excesivo?
Dios: ¡Cómo te atreves, diabólico esperpento!
Lucy Pher: Sólo digo que me resulta un poco exagerado eso de que la Humanidad “domine” a todo el mundo dadas las condiciones de estas pobres criaturas a las que no...
Dios: ¡Silencio, lagartija con alas! No quiero hablar más de esto contigo. Ahora vete y has lo que te dije.
Lucy Pher: "Engañarlos con sucias artimañas y alentarlos a la perdición". ¡Dios mío (primera vez en la historia que se utiliza esta expresión)! ¡¿Por qué a mí?!
Dios: Porque alguien tiene que hacerlo. ¿O acaso quieres que se culpen a sí mismos? ¿Crees que podrían soportarlo?
Lucy Pher: ¡Oh, no! Eso los haría más sabios y autosuficientes. Perderíamos el empleo y yo con un infierno entero que alimentar.
Dios: ¡¿O por qué no culparme a mí, su magnánimo creador, entonces?! ¡¿Acaso eso es lo que quieres, mujerzuela malagradecida?!
Lucy Pher: Bueno, en fin; después de todo el diseño es suyo y me parece que las fallas...
Dios: ¿Fallas? ¡Has dicho fallas!
Lucy Pher (suplicando como una rata): ¡No, señor! ¡Lo siento, señor! ¡El error fue mío! ¡Los humanos no tienen ninguna falla! ¡Los humanos son perfectos!
Dios: Así está mejor. Ahora ve y fastídialos por mí, ¿quieres? Ya verás que divertido es.
Lucy Pher: Lo haría, gran Dios, mi intención no es contradecirle, pero...
Dios: ¿Pero qué, Lucy?
Lucy Pher: Es que, no sabría ni siquiera por dónde empezar. Esto de incitar al mal nunca se me dio muy bien y yo...
Dios: –No te preocupes por eso, preciosa; date tiempo y verás. Fastidiar las cosas es todo un arte. Confía en mí. Ahora, déjame darte algunos consejos: lo primero que debes hacer es...

A LA SOMBRA, por Vincent Von Streitsen

Ya no abrumaba, ni siquiera se advertía el furor de la batalla. Tan sólo resonaban lejanos y esporádicos retumbes de cañones, siniestra música de fondo, homenaje arrítmico a la madre bélica.

No tengo alternativa. Los gritos son en vano, se esfuman en la noche. Me encuentro solo y he de morir.

Caminando lentamente en una retaguardia exagerada, se encontraba un solitario soldado de la resistencia, resistiéndose él mismo a ser consecuente con aquella impuesta denominación. El teniente Fray Montero pertenecía a esa raza de hombres que embisten la realidad con el temple del cobarde, condición ésta bien poco pintoresca, pero útil a la hora de exprimir la raquítica porción que las épocas de odio y terror otorgan a la frágil supervivencia. Después de todo, no era más que un joven enfermero, pacífico y sensible, muy consciente de su propia vulnerabilidad. El miedo lo ponía en acción manteniéndolo vivo, vivo para el próximo día, vivo para el próximo enfrentamiento, vivo para vivir después de aquella vigilia muerta que es la basura de la guerra.

El impulso de luchar es la madre del dolor y la pulpa de las fieras.

Allí se encontraba él, a un costado de toda esa mierda. El silencio refrescaba y el fluir del universo parecía haberse interrumpido. Todo estaba en su lugar y no tenía la menor intención de modificarse. Ni la más leve brisa, ni el más sutil de los lamentos; nada con vida, ni un solo movimiento. Todo su ser vibraba implorante por algo de donde aferrarse. Pero era inútil; lo único real en ese mundo era él mismo, triste protagonista de una amarga pesadilla soñada por algún dios enfermo y moribundo. Sus piernas, mientras tanto, continuaban sucediéndose en un absurdo deambular, y su porte denotaba con orgullo fingido la ilusoria seguridad de un espíritu secretamente espantado.

Así es, Montero, lo que ves allá afuera no es más que el reflejo de tu propio incendio, ese ardor interno, corrosivo, invisible al resto. Eres el centro del remolino, un delirio que se expande y se envuelve sobre sí mismo. La quietud es tu tormenta.

Nunca como entonces había tenido que reñir tan duramente su conciencia para lograr conciliar una idea que anulara el contraste perverso de sus sentidos. Por un lado, su mirada contemplaba la muerte. Cuerpos devastados, sangre coagulada y terror petrificado en aquellos rostros que recibieron su última llamada con una mueca tan grotesca como sólo el dolor más horrible podría moldear sobre el infinito semblante humano. Su olfato, en cambio, invitaba -cual ciego testigo de un festín infernal- a la comilona exquisita de una parrillada anónima, prometedora de las delicias más indiferentes.
Cientos de marionetas humanas acomodaban su postura en las más curiosas posiciones. Muchas de ellas parecían intactas, como despiertas, sin esa cuota de abstracción que tras una detonación cercana o la ráfaga de la metralla certera les quita a los cuerpos gran parte de su irrevocable humanidad. Tan sólo ofrecían sus tatuajes prolijamente diseñados por las armas del adversario; portales oscuros y afluentes seguros de aquella la tinta vital color rojo pasión. Pasión amarga. Pasión estúpida. Símbolo de la peor necesidad de los hombres.
Las imágenes e impresiones de nuestras experiencias son el obsequio que la vida nos regala con tan cariñosa objetividad. El recuerdo, mi querido lector, es el verdadero y más preciado capital del ser humano, la moneda corriente a la hora de apostar. El corazón lo olvida todo, pero nunca antes de sangrar.

Conoce bien su destino, teniente Fray Montero. Escuche en mi susurro los sórdidos designios de su mente. Su imaginación es mi mejor aliada. Las astucias de esta fantasía me arropan con su ingenio y declaran tiernamente que todo esto pronto habrá de terminar.

De repente, un estallido seco retumbó claro y fuerte en aquel valle de la muerte. Un disparo perfecto. La pierna de Montero comenzó a sangrar, sorprendida y avergonzada, improvisando con torpeza su repentina invalidez. Solo entonces, cuando el cálido líquido vital retenido en su bota anunciaba un dolor intenso, el joven soldado cayó en la cuenta de que, por fin, no estaba solo.
Permaneció la eternidad en un instante completamente inmóvil. Entonces, comenzó a rotar su mirada lentamente hasta que... ¡allí! Un soldado sucio de barro y sangre acechaba desde su lecho de muerte a la sombra de un ciprés. Su mirada firme y penetrante, el silencio de sus músculos y la sátira de una sonrisa cordial denotaban, sin necesidad de reparar en su harapienta investidura, el talante del perfecto enemigo.

–¿Por qué lo has hecho, miserable hijo de puta?– gritó Montero con espantosa furia.
–Quería llamar tu atención– fue la susurrada respuesta de aquel guerrero caído.
–Pues lo has conseguido, cabrón, y ahora tendré que matarte.
–Precisamente, muchacho, precisamente.

Arrastrando la pierna izquierda con dolorosa determinación, se encaminó decidido hacia su condenado agresor y, con facilidad sorprendente, le enterró el filo de su arma siete veces en el pecho. Sus ojos lacrimosos, nublados por el odio y la desesperación, alcanzaron a ver como se apagaba la vida de aquel pobre borrego quien, con su último suspiro, le dio las gracias para luego sumirse plácido en las oscuras profundidades del abismo terrenal.

¡Ay, dolor, dolor! ¡Caricia dulce y sofocante! ¡Cómo me envuelves con tus grandes alas sin forma ni tiempo! ¡Con qué pasión aprietas hasta exprimir todo el jugo de la vida, y cuánto adoras el trago amargo; es tu sangre y tu elixir, sin ellos no eres nada, y ahora al fin lo tienes todo!
¡Destino absurdo el de los hombres de la guerra! ¿Para qué? ¿Para quién? ¡Mátame de una vez, maldita sombra vestida de verdugo! Acaba con mis penas y deja que el olvido se encargue del resto. Eres fuerte para las cosas de la mente, lo sé, pero aquí no se trata de lo bueno o de lo malo, de lo justo o de lo injusto. La verdad es otra de tus mentiras... nadie nos protege, nadie nos cobija. Somos escoria, hijos del miedo, cómplices de este infierno, huérfanos de Dios.
¡¿Es que acaso no te das cuenta?! Apiádate de mí y mátame cruelmente, entierra esa daga en mi cuerpo y destrózame el corazón. Eres mi única esperanza. Ya he sufrido suficiente y estoy listo. Deja que mi cuerpo mancillado se reencuentre con la tierra. ¡Por favor, te lo suplico! Solo quiero descansar.


Pobre Montero; cruel destino el que se impuso al fin. Si algún furtivo espectador hubiera presenciado esta triste metáfora del dolor y sus tormentos no habría podido soportar la visión de aquel soldado solitario, aliado y enemigo de sí mismo, apuñalándose con furor y lágrimas siete veces en el pecho.
Sucio de barro y sangre, con la mirada en el vacío y una pierna perforada, dejó de sufrir segundos más tarde. Así sin más. En aquel rincón de un mundo sin tiempo. Recostado en su lecho de muerte. A la sombra de un ciprés.

HACIENDO AGUA, por Mitzuca Chinycó

El océano Atlántico, el río Amazonas y el lago Titicaca masticaban sus horas de ocio saboreando algunas lluvias pasajeras en la barra del petit café “Eau de toilette”, establecimiento que se encuentra en el corazón de una ciudad sin nombre, a la orilla del tiempo y bajo la mirada incierta de un dios soñador. Incansables borrachines, discutían de los más diversos temas: filosofía, metafísica, genética embrionaria, circuncisión tribal y por supuesto...

Océano Atlántico: –...entonces le dije a la muy zorra: “¡Vete al demonio, Niágara! Por lo que a mí respecta, tú y esa ramera de la triple frontera pueden tirarse a un precipicio”. Andaban paseando con Iguazú, las muy coquetas, agarraditas de la mano y todo. ¡Daban ganas de construir un dique allí mismo!
Amazonas: –¿No crees que fuiste demasiado lejos?
O.A.: –¡Ni me lo recuerdes! Las seguí cual patético faldero durante una hora completa. Al final se dieron la vuelta -¡sabían que estaba allí, maldita sea!- se rieron en mi cara y se metieron donde el estúpido de Pacífico. ¡El muy maricotas! Siempre sonriendo, siempre portándose bien, soplando suavecito, al puro oleaje calmo y constantes corrientes cálidas. ¡Le arrancaría la Polinesia entera!
Amazonas: –¡Tú lo has dicho, maremoto! Y luego, cuando vas a rendirle cuentas, te mira con esa cara de inocente bobalicón que te dan ganas de vomitarle encima todos tus desechos tóxicos.
Titicaca: –¡Y las latas de gaseosa también!
O.A. (mirando al Amazonas con cara de “ya me ocupo yo”): –Titi, querido amigo, las latas de gaseosa pertenecen al grupo de los desechos tóxicos. Tú eres aún muy dulce y pequeño para entender a fondo estas cuestiones. Pero no te preocupes; muy pronto a ti también te van a contaminar.
Amazonas: -¡Y entonces, mi querido amigo, te saldrá fuego por el culo! ¡Ja ja, ja!
O.A.: -Déjalo ya, maremoto; que si lo seguimos asustando será pura mierda lo que le salga por ese culo. ¡Ahhh, ja, ja!
Amazonas: -¡Sí, pura mierda, como la que le sale ahora por la boca! “Y las latas de gaseosa tambieeen”. ¡Jua, jua, jua! (secándose las lágrimas) Me matas, muchacho.

A Titicaca parecía no causarle mucha gracia.

O.A.: -Es una broma, Titi, no te me ofusques. Mírame a mí, maremoto: acabo de ser humillado por dos histéricas y engreídas cataratas y lo peor de todo es que –aunque no le encuentres sentido- sigo enamorado de una de ellas. ¡Maldita perra si lo serás, Niagara! (lloriqueos apasionados)
Amazonas: -Calma, compadre, cálmate por favor. No tiene nada de malo ser un chico sensible.
O.A.: -Tu lo dices porque no eres el que está llorando como bebé sin mamadera.
Amazonas: -En eso tienes razón.
Titicaca: -Pero, vamos a ver: ¿cuando se ha visto que un océano tenga que ser de piedra?
Amazonas: -El charquito habla con sabiduría.
Titicaca: -¡Oye, tú!
Amazonas: -Venga pues, mis maremotos. Dejemos atrás estos tristes temas con un brindis por las chicas y el fin del mundo.
Los tres: -¡Por las chicas y el fin del mundo!
Amazonas: -¡Eso es, cabrones! A ver, cantinero. ¡Otra ronda de frescas nubes para mí y mis maremotos! Esta vez la pago yo.

AHÍ, de Mitzuca Chinycó


21/5/08

ECCE FAUNO, por Mitzuca Chinycó

La pequeña Jazmín está tan llena de vida que a su padre, cada tanto, se le agota la paciencia.


EL JUICIO DIVINO, por Mitzuca Chinycó

Aclaración: esta historia ha sido escrita con música jazz de fondo y mucho café en primer plano. El estilo de la obra es el resultado de una atrevida fusión entre el romanticismo victoriano y las graciosas historietas de “Juanito el sapo”. Por favor, sepan disculpar.

Un jurado somnoliento está decidiendo el destino de Dios. El juicio acaba de empezar...

Cólico Renal: –¡Yo digo que lo condenen a la pena capital! ¡Es un bárbaro y un embustero! ¡No merece vivir!
Arsénico Vetusto: –Mi querido Cólico, humanamente hablando, Dios no está vivo, por lo tanto tampoco puede morir. Aquí no estamos discutiendo el hecho de si merece o no seguir existiendo. Lo que queremos averiguar es si está realmente capacitado para ejercer el papel de “Entidad Suprema” en este mundo.
Dios: –¡Pero si he sido yo quien lo ha creado!
Arsénico Vetusto: –Eso no tiene nada que ver, mi estimado amigo. Los estatutos asentados en el Manual del Buen Artista referidos a la sección “Legados y otras regalías” explicita claramente que las obras, una vez que han sido creadas, si no se las patenta en menos de 35 minutos no serán más propiedad del autor y pasan automáticamente a formar parte del patrimonio de toda la humanidad. Como abogado de la misma me veo en la obligación de recordarle el límite de sus derechos. Lo siento señor Jehová, pero es nuestro mundo.
Lucy Pher: –¡Esto es absurdo, su señoría! ¡¿Desde cuándo mi cliente y yo nos hemos regido por las normas?! ¡Exijo una revisión de la Historia!
Juez: –Eso no va a ser necesario, señorita Pher. La decisión sobre este punto ya ha sido tomada. El mundo, al menos el que ha sido creado por el acusado, pertenece a la humanidad en su totalidad, y a nadie más.
Escherichia Coli: –¡Eso es injusto! ¡Los humanos acaban de llegar y ya se quedan con toda la torta!
Juez: –Señor Coli, por favor, un poco de coherencia de su parte. Los conceptos de Dios, Torta y Humanidad son todas creaciones del hombre. Usted como bacteria está totalmente fuera de su jurisdicción. ¿Quién dejó entrar a este revoltoso? Por favor, retírenlo de mi sala.
Escherichia Coli (mientras es arrastrado por dos corpulentos policías hacia la puerta de salida): –¡Me vengaré! ¡Juro que se arrepentirá de esto, su señoría! ¡La próxima vez que estornude se acordará de mí! ¡Arriba los microbios!
Juez: –A partir de ahora no quiero más interrupciones. ¿Cómo se declara el acusado?
Lucy Pher: –Inocente, su señoría. Dios no ha hecho nada.
Arsénico V.: –Señor Juez, pido a la defensa que no contradiga las declaraciones de su cliente.
Dios: –En eso estoy de acuerdo, su señoría. (Dirigiéndose a la señorita Pher) ¡¿Qué estás haciendo Lucy?!
Lucy Pher: –Tranquilo Jeho, todo esto es parte de mi diabólico plan.
Arsénico V.: –Quisiera llamar a mi primer testigo.
Juez: –Adelante, abogado.
Arsénico V.: –Quisiera llamar al estrado al señor Sócrates.
Concurrentes: –¡Ohhhhhh...!

Entra Sócrates con cara de alguien que está a punto de cometer un error.

Extra: –¿Jura decir algo que se parezca a la verdad, no toda por cierto porque sería muy complejo, y algo más que la verdad como ser algún chivo expiatorio o falsa coartada inteligentemente elaborada?
Sócrates: –Déme un minuto y le contesto.
Arsénico V.: –Señor Sócrates, ¿por qué no nos cuenta usted lo que sabe?
Sócrates: –Yo no sé nada. Es lo único que sé.
Arsénico V.: –¡Vamos hombre, un filósofo de su prestigio algo tiene que saber!
Sócrates: –Le juro que no sé nada, y ya eso me costó toda la vida descubrirlo.
Arsénico V.: –Por favor, señor Sócrates, no me haga quedar en ridículo.
Sócrates (sollozando como niña chiquita): –¡Lo digo en serio! O acaso usted cree que me divierte. Toda una vida dedicada al pensamiento profundo y lo único que he sacado en limpio es que no tengo la menor idea de nada. ¡Oh, vil tragedia la mía! ¿Por qué me hace pensar en mi desdicha? ¡Quién es usted para revolver así en mis tormentos! ¡Que, no ve que estoy sufriendo!
Arsénico V.: –¡Oh, Dios mío!
Dios: –¿Sí?
Juez: –Señor Vetusto, por favor, controle a su testigo.
Arsénico V.: –Está bien, está bien, señor Sócrates. No más preguntas. De todas formas le agradezco en nombre de todos aquí presentes su aporte a la sabiduría universal de los últimos dos mil años.
Descartes: –“Dudo, luego existo”. Menudo idiota.
Juez: –¿Cómo dice, señor Descartes?
Descartes: –¿Qué? No, nada. Disculpe, su señoría.
Juez: –Bien, prosigamos. Señorita Lucy, ¿desea usted hacerle alguna pregunta al señor Sócrates?
Lucy Pher: –Déjelo ir, su señoría. El pobre se ha orinado en los pantalones. Quisiera llamar a un nuevo testigo.
Juez: –Adelante.
Lucy Pher: –Quisiera llamar al estrado al señor Zeus.
Concurrentes: –¡Ohhhhhh...!

Un hombre en cueros con un tridente en la mano derecha y una hermosa barba blanca en la izquierda atraviesa la sala con majestuosa pompa y toma asiento como lo haría el más grande de los dioses griegos. Parece estar muy seguro de sí mismo.

Zeus: –Buenas.
Extra: –Señor Zeus, ¿jura que la verdad es una, solo una y nada más que una?
Zeus: –Lo juro, pero éste es sólo mi punto de vista.
Lucy Pher: –Buenas tardes, señor Zeus. Está usted aquí presente para dar testimonio directo de las facultades creativas y las buenas intenciones de su colega el señor Dios.
Zeus: –¡Oh sí, claro! En qué lío te habrás metido ahora, pequeño rufián. Ja ja ja! Solía llamarlo así cariñosamente en los días de la Academia, ¿verdad, Jeho? Él estaba un par de años debajo mío, a parte del que repitió por culpa de ese estúpido profesor de “Vida Inteligente I”, ¿cómo era su nombre?
Shiva: –¿Te refieres al maricotas de Ético Conciencia?
Zeus: –¡Menudo cabrón! Nos obligaba a reflexionar sobre nuestros actos, el muy babitas. En los círculos mitológicos incluso se decía que era un rebelde de izquierdas, enseñando subrepticiamente todas esas bobadas acerca de la moral divina. Triste historia, creo que terminó siendo despedido. En fin, de todas formas nos hicimos muy amigos tú y yo, ¡¿verdad que sí, muchacho?!
Dios: –Solías mojarte el dedo y meterlo en mi oreja.

Lucy Pher: –Y dígame usted, Gran Zeus, ¿cómo era Dios de pequeño? ¿Era un buen muchacho? ¿Estudioso? ¿Hacía sus deberes?

Zeus: –Oh, sí, mucho y muy bien. Era un niño aplicado y muy correcto.

Arsénico Vetusto: –Señor Zeus, le recuerdo que está usted bajo juramento.

Zeus: –¿Eh? Ahh... bueno, a decir verdad era bastante malcriado.

Lucy Pher (visiblemente ofuscada): –Está bien, señor Zeus. Gracias por su colaboración.

Zeus: –Y solía hurgarse la nariz todo el tiempo. Era un tic que...

Lucy Pher: –¡Señor Zeus, ya es suficiente!

Zeus: –Lo siento Jeho, si no digo la verdad pueden regresarme a la jaula y tu sabes que...

Lucy Pher: –¡He dicho que ya está bien! No más preguntas, su señoría.

Concurrentes (abucheando agitadamente, más por divertirse que por auténticas convicciones políticas): –¡Buuuuuhh! ¡Volvé al Olimpo, fracasado! ¡Buuuuuuhh! ¡Delincuenteeee! (risas)

Juez (golpeando con su martillo en la cabeza de Zeus): –¡Orden en la sala! ¡Orden en la sala! ¿Señor Vetusto?

Arsénico V.: –No haré preguntas, su señoría. Creo que el señor del tridente y la barba sospechosa ha dicho todo lo que hacía falta.

Juez: –¿Desea llamar a su siguiente testigo?

Arsénico V.: –En efecto. Muchas gracias, su señoría. Mi próximo testículo es...

Juez: –Perdón, señor Vetusto, ¿ha dicho usted “testículo”?

Arsénico V.: –¡Por supuesto que no, su señorísima! ¿¡Cómo se le ocurre tal cosa?!

Beethoven: –Sí que lo ha dicho. Lo escuché muy bien.

Salieri: –¡Cállate Ludwig, viejo sordo y engreído! Tú apenas si escuchas los quejidos de tu ego.

Silencio por parte del señor Beethoven, quien parece no haberse dado por aludido.

Salieri: –¿Lo ven? Sordo como una tapia.

Beethoven: –Seré sordo, pero a ver cómo te va para superar cualquiera de mis sinfonías. ¡Incluso la segunda está por muy encima de tus garabatos de niño mimado! Y mejor ni hablemos de Amadeus.

Salieri: –Garabatos de niño mim… ¡Maldito enano del demonio!

Lucy Pher: –Siempre termino involucrada.

Juez: –¡Orden en la sala!

Beethoven: –El nene está enojado porque su papi no le enseñó el piano a los latigazos como debe ser. Vulgar imitador.

Salieri: –¡Te mataré Beethoven, juro que te mataré!

Juez: –¡Maestro, por favor!

Salieri: –¡Sanguijuela putrefacta! ¡Te ahorcaré con mis propias manos!

Lloriqueos histéricos por parte de este conocido aunque mediocre compositor.

Juez: –¡Orden en la sala! No toleraré amenazas más allá de las estrictamente necesarias. Llévenselo muchachos.

Salieri es retirado de la sala violentamente. Sus chirridos y patadas nos recuerdan a los de Escherichia Coli de hace sólo unos momentos atrás.

Juez: –¡No quiero más interrupciones! ¡Al próximo que interfiera lo condenaré al sudor eterno!

Silencio profundo.

Juez: –Señor Vetusto, si es tan amble.

Arsénico V.: –En efecto, su señoría. Antes que nada, quisiera mostrarle al jurado algunas pruebas -si me permiten decirlo- “contundentes” acerca de la reprensible incompetencia del acusado.

Seguidamente vemos al señor Vetusto extraer de su maletín una gran plancha de piedra que al parecer contiene grabadas algunas frases ilegibles.

Arsénico V.: –Ante ustedes damas y caballeros, ¡la piedra filosofal!

Leonardo da Vinci (visiblemente desilusionado): –¡Esa es la Tabla de los diez mandamientos, ignorante!

Arsénico V.: –¡Ahá! La Tabla de los diez mandamientos. Muchas gracias señor Vinci por su sabia aclaración. Pero déjeme decirle una cosa: si mal no recuerdo, la piedra filosofal es aquella con la cual el hombre sería capaz de convertir los metales simples en oro, el mineral más preciado de la tierra. Pues bien, su señoría, distinguidos miembros del jurado, personas, conceptos y entidades sobrenaturales aquí presentes: lo que ustedes llaman la “Tabla fundamental”, yo la llamo la “Piedra filosofal”, el pedazo de roca que ha permitido a una porción minoritaria de la humanidad convertir los sueños y esperanzas de las masas oprimidas e ignorantes (miradita furtiva a Leonardo) en puro oro de la mejor calidad. Dinero y propiedades a unos pocos en virtud de la característica más reprochable que posee el ser humano: una exagerada y antinatural obsesión por el poder. Obsesión que ha sido alimentada con estas simples reglas “sagradas” producto de una mente superior perversa, o en el mejor de los casos, irresponsable. Son estas diez sencillas consignas las causantes de innumerables remordimientos, humillaciones, rebeliones, laceraciones y sobretodo, injusticias irónicamente ejecutadas en nombre de una Ley que no acepta devoluciones.

Lucy Pher: –¡Protesto, su señoría! ¡Protesto rotundamente! Lo que mi colega está olvidando convenientemente aquí es un pequeño pero crucial concepto compuesto de tres únicas palabras. Protesto nuevamente y reclamo una exposición de mis argumentos de la mano de mi próximo testigo. ¡Estimadísimo Juez, en nombre de la defensa, llamo a ocupar el estrado al honorable Libre Al Bedrío!

Juez: –Protesta a lugar. Más le vale que esto sea bueno, señorita Pher.

Lucy Pher: –Descuide, su señoría, le prometo que con esta vil treta no lo voy a decepcionar.

Un sujeto bajito y con apariencia de timidez crónica, vestido con un modesto pero prolijo traje gris de media tarde, hace su entrada silenciosamente y se aproxima, recto y sumiso, al estrado de los testigos.

Extra: –Señor Bedrío, ¿jura mentir acerca de la verdad, mentar acerca de la verdura y nadar mas allá de aquel verde vespertino?

Libre Al Bedrío: –Haré lo posible.

Lucy Pher: –Mi querido Al, ¿cómo te encuentras hoy?

Libre A. B.: –Un tanto arrepentido, pero gracias por preguntar.

Lucy Pher: –Al, tú y yo hemos recorrido un largo camino juntos, ¿no es así?
Libre A. B.: –Así es, señorita Lucy.

Lucy Pher: –Casi se diría que somos como hermanos.

Libre A. B.: –Bueno, en rigor lo somos. Recuerde que fue Dios quien nos engendró.

Lucy Pher: – Tienes toda la razón. Somos hijos de un mismo padre. La pregunta es ¿somos hijos de una misma madre?

Juez: –Señorita Pher, por favor, ¿le molestaría ir al grano?

Lucy Pher: –A eso iba, su señoría. Me disculpo una vez más. Mi querido Al, ¿podrías aclararnos cuál es exactamente tu función como funcionario público de las Ordenes Celestiales?

Libre A. B.: –Básicamente soy un concepto cuya función principal es recordarle a los humanos que si bien ellos se rigen bajo unas estrictas normas burocráticamente determinadas “sacras”, también poseen una naturaleza libre –de ahí mi nombre de pila– que les otorga la posibilidad de actuar según sus propios criterios. A condición claro, de que se atengan a las consecuencias dictadas post-mortem.

Lucy Pher: –Déjame ver si te he comprendido bien. ¿Dices que los humanos deberían obedecer ciertas reglas, pero no tienen que hacerlo si no lo desean?

Libre A. B.: –A condición de que se atengan a...

Lucy Pher: –Sí, sí, sí. A esas ridículas consecuencias postmodernas.

Libre A. B.: –Post mort…

Lucy Pher: –Pero ahora yo me hago la siguiente pregunta: de existir sólo esa libertad de acción de la que nos hablas, sin control ni supervisión de ningún tipo, ¿qué clase de mundo loco sería éste?

Arsénico V.: –¡Protesto! Su señoría, da la casualidad de que tengo aquí, en mi maletín, datos y fechas precisas que indican que el señor Libre Al Bedrío es una invención posterior a los diez mandamientos, creada astutamente por el acusado para justificar los desbarajustes de su gestión política en el departamento de “Pecados y Tentaciones”.

Lucy Pher: –No mezclemos las cosas, señor Vetusto; de las tentaciones me encargo yo. Seamos coherentes con las acusaciones o me veré obligada a pedir una total revisión de las mismas. En cuanto a la época de emisión de mi querido amigo aquí presente, esos datos de los que usted habla jamás han sido comprobados fehacientemente por delegación teológica ni académica de ningún tipo.

Juez: –Protesta denegada.

San Francisco de Asís: –¡Es buena la muy zorra !

Marqués de Sade: –Te lo dije. Hace que tenga ganas de meter mano en mis propios pantalones y toquetear un poco a este miem...

Madre Teresa de Calcuta: –¡Oh, cállese, jovencito asqueroso! Debería darte vergüenza.

Marqués de Sade: – Perdón madre, no volverá a suceder (sonrisita picaresca dirigida a San Francisco)

Juez: –Señor Vetusto, ¿desea usted hacerle alguna pregunta a nuestro testigo?

Arsénico V.: –Sí, su señoría, hay algo que siempre quise saber. ¿Señor Bedrío?

Libre A. B.: –¿Sí?

Arsénico V.: –Señor Bedrío, ¿es usted homosexual?

Lucy Pher: –¡Protesto!

Y así fueron pasando las horas, testigo tras testigo...

Arsénico V.: –Señor Mandamiento, ¿Sexto no es así?

Noveno M.: –Sexto es mi nombre, sí.

Arsénico V.: –Señor Sexto, ¡¿Es cierto que ha sido usted creado con el fin de martirizar, torturar y, en fin, castrar al hombre honrado y sediento de nuevas experiencias?!

Noveno M.:¡Les juro que no fue idea mía! ¡Ellos me obligaron! (señalando a una pandilla de barbudos insurrectos en el fondo de la sala, compuesta por Moisés, Jesús y Mahoma)

Moisés: –¡Date por muerto, estúpido bocón!

... tras testigo...

Lucy Pher: –Señorita Mama, dice usted ser la amante del señor Jehová.

Concurrentes: –¡Ohhhhhh...!

Pacha Mama: –Caramelito y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo, y el siempre fue muy cariñoso conmigo. Tuvimos nuestras peleas claro, como cualquier pareja normal, pero...

Darwin: –¡Prostituta!

Juez: –¡Orden en la sala!

... atrás te digo...

Arcángel San Gabriel: –... y entonces me acerqué lentamente hacia donde ella se encontraba y comprobé agradecido que el sedante había dado resultado. Corrí muy suavemente las sábanas y me dispuse a desabrochar los botones de aquel fino e inmaculado camisón de lana entretejida. ¡Olía tan rico!

Arsénico V.: –¿Podría decirme cuántas veces ha violado a una mujer indefensa, señor Gabriel?

... tras el trigo.

Judas: –¡Yo no soy un soplón! He vivido con esta mentira por mucho tiempo, pero ya no aguanto más. ¡¿Quieren que les diga la verdad?!

Concurrentes (emocionados): –¡Sííí!

Judas: –El que delató a Jesús fue...

San Pablo: –¡No lo hagas, Judas! ¡Nos hundirás a todos!

Las cosas se habían puesto muy densas y nadie sabía cómo iba a terminar todo aquello.

Arsénico V.: –Para finalizar quisiera llamar a mi último testigo, tal vez el único que nos pueda revelar las respuestas a tantas preguntas. ¡Le pido al acusado, el señor Dios, que se acerque al estrado!

El Príncipe Valiente: –¡Ohhh...! Perdón.

Extra: –Señor Jehová, ¿jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

Dios: –Yo soy la verdad.

Todos menos el Príncipe Valiente: –¡Ohhhhhh...!

Arsénico V.: –Señor Jehová, Dios de los judíos, islámicos, católicos y derivados de menor alcurnia...

Lutero: –¡Oiga usted!

Arsénico V.: –Ya que no sólo parece tener la verdad, sino que alega ser ella misma (en ese momento, y aunque nadie lo nota, la Verdad pasa silbando despreocupadamente por la acera que se ve desde los grandes ventanales de la sala), ¿por qué no nos ilumina con una declaración… yo diría más bien una “confesión” de los hechos desde...

Lucy Pher: –¡Protesto, su señoría! La subjetividad en el uso de los términos por parte del señor Vetusto es intolerable. ¿Quien se cree que es usted, abogaducho de segunda, para hablarle así a esta pobre y asustada entidad superior que lo único...

Juez: –¡Suficiente, señorita Pher! Protesta denegada. Estamos aquí para dictar un veredicto definitivo, y eso significa llegar hasta las últimas consecuencias si así resulta necesario. Además me estoy haciendo y hoy no me pusieron mis pañales con ositos. Prosiga, señor Vetusto.

Arsénico V.: –Muchas gracias, su señoría. Como le iba diciendo...

Dios: –Está bien, está bien. Hablaré, pero por favor dejen de gritar que asustan a mi mascota (efectivamente, a Moby Dick se la veía aterrada). ¡Oh, yo mismo! Nunca pensé que este momento llegaría alguna vez. Pero supongo que es hora de que les dé algunas explicaciones. Verán... cuando ideé este mundo yo aún era muy joven. Tenía muchas dudas y estaba pasando por un momento difícil de mi existencia. Ya conocen a los adolescentes; creen saberlo todo pero en el fondo no son más que unos niños temerosos e indecisos. La verdad es que cuando me propuse crear la Tierra, mi idea había sido simple y a la vez maravillosa: un mundo lleno de vida y color. Un lugar donde todas las criaturas tuvieran la oportunidad de existir durante un tiempo y disfrutar lo más posible de la experiencia. Conocía los riesgos que involucran las reglas de la cadena alimenticia, pero ustedes en mi lugar, ¿qué habrían hecho? ¿Lechuguita para todo el mundo? Eso habría sido muy injusto, sobretodo para las lechugas. Además necesitaba darles independencia, dejar que ellos mismos se abastecieran y diversificaran. Yo solamente quería ser un espectador. Y lo fui durante mucho tiempo. Hasta que un buen día...

Tiranosaurus Rex: –¡Llegaron los dinosaurios!

Dios: –No, mi querido Rex, ustedes fueron grandes y fuertes, pero en el fondo inofensivos. Yo me refería a los humanos.

Mamífero primitivo: –¡Te lo dije, lagartija!

Dios: –Los humanos no son muy distintos del resto de los seres vivos. Comen, duermen, respiran, se reproducen, incluso hacen la cacona como todos los demás. Están hechos de los mismos materiales y son tan frágiles como la ameba o el orangután; viven tan solo unos pocos años y les gusta curiosear. Eso sí, saben ser inteligentes cuando hacen el esfuerzo por serlo. Pero lo que realmente los hace tan especiales no es el hecho de pensar más ni saberse víctimas de un presente continuo y cambiante a la vez. Tampoco tiene que ver con la distinción que han creado entre lo que está “bien” y lo que está “mal”. Mucho menos es el resultado de su inagotable variedad como miembros de una raza única, aunque multicultural y sumamente creativa.

Adolf Hitler: –¡Fascinante!

Dios: –Todo eso vino mucho después. Lo que en vardad hace que los seres humanos sean diferentes del resto de mis criaturas es la eterna convicción de que yo existo; de que efectivamente, deambula por allí un Dios. Fue esa convicción la que... Verán, independientemente de que sea o no real, el concepto de "dios" es un producto que siempre ha surgido en sus propias conciencias, gritando desde lo más profundo de su tozuda ignorancia. Yo sólo les di lo que ellos querían tener. Soy lo que ellos quieren que sea, y hago lo que ellos quieren que haga. Al final de cuentas, es la única manera de seguir figurando. No sé si esto es lo correcto; sólo espero que me entiendan.

Ustedes se preguntarán qué fue lo que pasó después; ¿acaso el Único fue juzgado finalmente? ¿Y qué hay del veredicto? Tal vez quieran saber cuál fue el castigo en caso de que lo haya habido y se dirán a sí mismos: ¿merecía realmente ser juzgado?

Queridos amigos, todo ello está muy bien, pero no esperen encontrarlo en esta historia. El final es un problema de ustedes. ¡Que cada uno haga de Dios lo que cada uno quiera! Después de todo, esa ha sido, es y será por siempre, la más justa de sus condenas.