16/7/08

LA ENTREVISTA, por Niko Gadda Thompson (parte II)

Jingle de apertura de bloque del programa de Larry

L.Q. (quién, sentado en un sillón horrible color mostaza, aparenta terminar una frase graciosísima justo en el momento previo a estas palabras): Aquí estamos, una vez más, en nuestro primer ciclo de entrevistas inclasificables y nos estamos deleitando con estos dos inusuales caballeros quienes han venido a contarnos un poco acerca de sus vidas. ¿Cómo la están pasando, señores?

Mitzuca: Estoy tan a gusto aquí, Larry, que ahora mismo me echaría una siesta.

Vincent: Creo que a mí me cayó mal el bacalao.

L.Q.: ¡Que desgracia, mi querido Vincent! ¿Si se siente usted muy mal?

Mitzuca: Señores, sus narices están a punto de vivenciar una de las experiencias olfativas más traumáticas después del basural y las colonias de elefantes marinos. Personalmente les recomiendo que huyan despavoridos.

Vincent: ¡Ups! Demasiado tarde.

La cara de asco de Larry nos revela el nivel de pestilencia que posee la evacuación del holandés. Se escuchan tosidos frenéticos y exclamaciones murmuradas por doquier. Mitzuca, mientras tanto, permanece inmutable y remata con un…

Mitzuca: Tuvimos suerte de que fuera uno de sus "suavecitos".

Risas de un público que, inspirado en las indiscreciones de nuestros protagonistas, comienza a revelarse contra las normas del programa y hace caso omiso a las indicaciones del monigote que marca con cartelitos estúpidos lo que tiene que hacer.

L.Q. (ya casi recuperado de la sofocante interrupción): Mi amigo Vincent; ¡a usted sí que le cae mal el pescado! Es una suerte que nuestros auspiciantes no vendan bacalao. Así nos dejarán seguir con el programa.

Vincent: Por favor, disculpen a mi esfínter. Dice que no volverá a suceder.

L.Q.: Y así lo esperamos. Bien, volviendo al hilo de la entrevista, por lo que tengo entendido –señor Mitzuca- usted tenía 9 años cuando dejó su país natal y fue a parar a Mongolia, donde estuvo allí unos meses en un orfanato hasta conseguir trabajo en una de las tantas y hoy famosas caravanas nómades.



Warutsu Takeshi -madre de mitzuca- en sus épocas de soltería. Aquí la vemos debutando como corista en El Dragón Erguido, famoso cabaret nipón (Okazaki, 1926)

Mitzuca: Así es,Larry. Una caravana esteparia de recios mongoles. Gente ceñuda la de aquellos lares, pero muy bondadosa. A mí me hacían sentir como un mongolito más, mimado y azotado por igual como el resto de los niños.

L.Q.: ¿“Azotado”?

Mitzuca: Una travesura mal planificada podía transformarse en una tragedia por aquellos caminos. ¡Imagínese usted tirarle tierra en los ojos a un yak, que el pobre y chirriante animal se desbande precipicio abajo con todos los enceres de la cocina y que a uno no le propinen por ello ningún castigo en absoluto! No, señor. Aquello significaba, como mínimo, unos veinte rebencazos en la rabadilla, a diez por nalga.

L.Q.: Entiendo. ¿Y por qué decidió usted abandonar Mongolia?

Vincent: Lo azotaban demasiado.

Mitzuca: ¡Ja, ja! ¡Tú callate, viejito pedorro! Sí que era un niño bastante movedizo, lo admito, pero la razón no tenía tanto que ver con lo que dejaba atrás, sino más bien con lo que venía adelante. De muy pequeño ya me había dado cuenta que vivir es viajar y viajar es moverse. En el camino quedan los recuerdos y los seres queridos. A algunos de ellos podemos visitarlos y a los otros… pues estarán siempre con nosotros.

Vincent: Esto es lo más cursi a lo que mi amigo puede aspirar.

Mitzuca: Golpéame con furia si vuelvo a hacerlo, colega.

Vincent: Sabes que lo haré.




Aldus Chonculon III, Kim Go Khum y la pequeña Tak, familia mongol perteneciente a la caravana en la que participó Mituzca

Mitzuca: Como les decía, la caravana cruzó la frontera nacional con la intención de vender sus productos en China. Así fue como llegué a Turpan, en el noroeste del país, cerca de las “montañas flameantes”, y por allí me quedé unos años hasta que a los… catorce, más o menos, decidí continuar mi camino.

L.Q.: Aquí tengo anotado que en una oportunidad aclaró usted que se fue de China porque, y cito: “el modelo de sandalias que allí se usaban me apretaba demasiado en la zona del empeine”.

Mitzuca: ¡Ah, insoportables, mi querido Larry! Veo que no está usted tan mal informado, después de todo.

L.Q.: De allí se dirige al sur y recorre -a pie- el Tibet, Nepal, Bangladesh y termina en la India donde permanece por un par de años hasta que en 1953 viaja al Líbano y se interna en un templo musulmán en Tarabulus donde estudia durante años filosofía clásica, mística islámica y repostería artesanal.

Mitzuca: Así es.

Vincent: El señorito prepara las mejores “muhalabiyas” de todo el hemisferio occidental.

L.Q.: Y en 1961 se muda a Inglaterra, pero no sin antes tomarse un añito sabático embarcado en el velero de tres mástiles que le presta un jeque amigo suyo, el magnate de los pikles libaneses Mohamed al Dalí (presunto pariente lejano del famoso pintor catalán) con el cual recorre el Egeo y, claro, encuentra la inspiración para escribir sus primeras obras de ficción: “Ahora sí que no”, “Las tetas de Yael” y “Abuelita reencarnó en un mastín napolitano”, entre otras.
De ahí, como ya dijimos, se va para Inglaterra y…

Mitzuca: Recuerdo muy bien aquellos primeros atisbos de narrativa en prosa –todo muy autobiográfico- y también recuerdo a mi querido Mohamed… Era un hombrecillo ceñudo y despótico, pero en el fondo tenía buen corazón. “Mis súbditos son como niños mansos -solía decir con la mirada puesta en el horizonte- los tengo cagando para que no descubran lo divertido que es importunar”. Y sí, de ahí me fui directo para Inglaterra.



Klotus, una de las tantas mascotas de Mitzuca (Londres, 1963)

L.Q.: Donde, entre otras cosas, formó parte del movimiento psicodélico que después dio lugar al p-funk, ¿no es así?

Mitzuca: Algo así.

Vincent: Déjamelo a mí, Mitzuca; me encanta esta historia. Resulta que una familia negra de jamaiquinos se muda cerca de la casa donde vivía Mitzuca, ubicada en pleno Hampstead.

Mitzuca: Un barrio de blancos de lo más paquete.

Vincent: Y al poco tiempo conoce al padre de la familia, Bob Tosh, un gran bajista de reggae y soul, con el que formaron una banda a la que pronto se suma otro vecino en común que era guitarrista y -no me lo van a creer- judío de pura cepa.

Mitzuca: A mí siempre se me dio más por la percusión.

L.Q.: ¡Así que tenemos un negro, un japonés y un judío componiendo música en el Londres de principios de los 60´s!

Mitzuca: Créeme; es más trillado de lo que parece, Larry.

Vincent: Sa com sea, se “prendían unas velas” -como dicen los jóvenes de hoy en día- y se ponían a zapar.

Mitzuca: A los demás vecinos no les hacía ninguna gracia, por supuesto, y tuvimos algunos problemas con las autoridades.

Vincent: Por eso, un poco artos de toda esa mierda, le entregaron la única cinta que tenían grabada a un tal George Clinton, que era un amigo yankee del jamaiquino, para que hiciera con ella lo que quisiera. Así, señoras y señores, nació el p-funk. ¡¿No es fabuloso?!

L.Q.: ¡Ya lo creo que sí! Es una pena que no haya cobrado derechos de autor, señor Chinycó.

Mitzuca: ¡On contraire, mi querido Larry! El desinterés puede ser una artimaña bastante lucrativa. Años más tarde, Clinton me reconoció el favor regalándome una cabaña preciosa en Maui, la cual aún conservo.


“Funky Shack”, la cabaña de Mitzuca en Maui, Hawai

Vincent: Allí degusté mi primer joghurt descremado.

L.Q.: ¡Fascinante! Pero parece, amigos televidentes, que una vez más tenemos que interrumpir a estas dos leyendas vivientes con publicidades de licuadoras y jabón en polvo. ¡No se vayan muy lejos que enseguida regresamos con más!

Mitzuca: ¡Qué bueno! Aprovecharé para echarme una meada.

Vincent: Yo también.

L.Q.: Señores, por favor, sus micrófonos aún siguen encend…

Jingle de cierre de bloque del programa de Larry

Continuará…

10/7/08

MANIOBRA DE EMERGENCIA EN CAÍDA LIBRE, por Niko Gadda Thompson

Mi abuelo murió cuando mi padre era aún un niño muy pequeño. Sucedió unos meses después de aquel fatídico accidente del 9 de Julio de 1946 en las afueras de Bridgeport, Estados Unidos.



Nacido en 1905 en la ciudad de Esperanza (provincia de Santa Fé). Criado bajo el ala de una familia tradicional de clase media, el señorito Carlos Manuel Gadda, a los 10 años de edad y los ojos bien abiertos, toma una retunda decisión que cambiaría su destino para siempre. Cinco años más tarde, se muda a Buenos Aires para cursar los estudios secundarios en la Escuela de Mecánica de la Armada. Este jovenzuelo del interior, ingenuo, de culo inquieto y sobretodo muy testarudo quería, por sobre todas las cosas en este mundo, volar.
Como en aquellos tiempos aún no existía la carrera de ingeniería aeronáutica en la Argentina (ni siquiera en el plano militar), ni mucho menos la de piloto comercial (apenas si existía como concepto), la única posibilidad que tenía un paisano para pilotear aviones en aquellos tiempos de pioneros, era alistándose en el cuerpo militar para estudiar –primero que nada- ingeniería naval en la Escuela Naval Militar (de la cual Carlitos se recibe con honores en 1927) y luego aplicar para una beca de estudios en el exterior y rogar al cielo y al infierno (daba igual) para que te la concedieran. Todo esto le ocurrió al abuelo, y claro que le mereció una buena dosis de esfuerzo, paciencia y perseverancia, pero aquí estamos hablando de una persona que siempre supo muy bien lo que quería y no hizo otra cosa que eso: hacerlo.

Volviendo a aquel 9 de julio en Bridgeport, el entonces Capitán de corveta ingeniero Gadda se encontraba allí en misión oficial para analizar, testear y –eventualmente- adquirir en nombre del Estado argentino una partida de helicópteros S-51 de la firma Sikorsky, recién sacaditos del horno.



Algunos meses atrás había hecho lo mismo con tres o cuatro submarinos que le compró al ejército italiano en representación de nuestro país, algunos de los cuales todavía hoy se pueden ver -oxidado e inofensivo- en el puerto de Mar del Plata. Como ven, el muchacho se dedicaba a este tipo de cosas. ¡Y era todo un personaje! Aún siendo militar...
Según me han contado, el abuelo era un muy buen tipo, y bastante cómico a su manera. Tenía, por ejemplo, la capacidad de hablar en inglés exagerando casi todos los acentos europeos, cosa que de seguro rompería muchos hielos en los acartonados círculos de oficiales. También me han dicho que era uno de esos fanáticos de la velocidad, y debería ser cierto porque además de pilotear aviones (estamos hablando de finales de los 20 y principios de los 30), supo tener una Bugatti de las últimas -algo así como una Lamborghini Gallardo por estos días- que se trajo de Londres después de pasarse cinco años (1928-32) entre la capacitación en un curso especializado de ingeniería aeronáutica y los entrenamientos prácticos nada menos que en la R.A.F., la Real Fuerza Aérea. Efectivamente, había consiguido su beca.
Cuando se comprometió con mi abuela decidió vender la Bugatti para invertir el dinero en su nuevo proyecto conyugal, y un viejo amigo -al enterarse de la cuestión- le envió un telegrama oficial con la frase: “¡Doble error, my dear Charlie!”.

En fin, tras efectuar un tranquilo y satisfactorio vuelo de rutina con un ejemplar de los nombrados Sikorsky (uno de los primeros modelos que se fabricaron en todo el mundo), el ingeniero –que nunca se limitaba a los aburridos protocolos- dio la orden de efectuar una última maniobra de prueba: la maniobra de emergencia en caída libre…
Desprovisto de su cinturón de seguridad para poder acercarse al piloto y así tener una mejor perspectiva del ejercicio, nuestro protagonista se encontraba en cuclillas junto al timón de mando. Para que tengan una idea del asunto, dicha maniobra comienza con el apagado del motor, lo que –obviamente- provoca una caiga en picada de la nave. La misma caída genera la auto-rotación de la hélice mayor, proporcionando así una leve sustentación al helicóptero con la suficiente resistencia como para que el piloto pueda efectuar un aterrizaje “acústico” de emergencia.
La cosa venía bien hasta que, de repente, la tuerca “madre” que afianzaba la hélice -aflojada por las vibraciones mal absorbidas- se desprende, soltándose primero una de las palas y luego la hélice completa. El S-51 cae cual peso muerto por los siguientes 50 mts e impacta contra el suelo de cemento a una velocidad de 110 km/h. El ingeniero Gadda es arrojado con violencia contra los mamparos del fuselaje, con su cuerpo rompe uno de los vidrios reforzados de la cabina y con el envión restante sale expulsado al exterior cayendo 12 mts más lejos. Segundos más tarde, el S-51 parece la obra conceptual de algún escultor con problemas psiquiátricos, restos del fuselaje quedan desparramados a cientos de metros del punto de impacto y los tripulantes -vapuleados pero aún con vida- son auxiliados inmediatamente. Mi pobre abuelo también sobrevive pero el destino le regala una rotura total de su columna en un punto próximo a la base del cráneo y un corte transversal de la medula espinal, la cual queda literalmente desflecada...
Primero lo internan en los Estados Unidos. Mi abuela se toma un vuelo de cinco escalas y 24 hs. hasta el hospital en Bridgeport. Días más tarde, y con la asistencia de una enfermera americana, lo trasladan -en barco- hasta Buenos Aires. Tras 4 meses de agonía y un largo duelo compartido en vida con sus amigos, su esposa y sus dos pequeños hijos, estira la pata el 15 de noviembre de 1946 a las 11 de la mañana.

Esta es una historia que ya desde niño me impactó soberanamente (tal vez por el hecho mismo de que fuera, justamente, un niño) y juré que alguna vez la escribiría. Bien, ya está hecho; de manera escueta y tal vez un tanto descarnada, pero está. Sólo espero que mi padre -quien aún cuando no conoció lo suficiente al suyo se emociona cada vez que lo recuerda- no se enfade conmigo por hacer que sea de todos, algo que siempre fue tan suyo. Con eso me bastaría, aunque nunca me sobrará. Tal vez algún día escriba un poco más.

Miembros de la comisión argentina en Bridgeport:
Contralmirante Remo Julio Tozzini
Capitan de navío aviador naval Ernesto Mazza
Capitan de corveta ingeniero aeronáutico Carlos Gadda
Capitan de corveta aviador naval Vicente Baroja
Capitan de corveta ingeniero aeronáutico Federico Hachard
Capitan de corveta médico Alfredo Walker