10/9/09

ENTRE LO MÍTICO Y LO REAL, por Niko Gadda Thompson


Una resumida revisión histórica dedicada al fenómeno de la guerra -y su moderna relación con la prensa-, diferenciándolas en míticas y sensoriales según las ideas del norteamericano Lawrence L. Lezna publicadas en su libro “Psicología de la guerra”.

¿Qué es la guerra? ¿Cómo se la vive estando cerca? ¿Cómo se la concibe percibida desde lejos? ¿Cuáles son los verdaderos motivos detrás de los discursos? ¿Quiénes son los que ganan realmente? ¿Es acaso una triste necesidad humana o simplemente un negocio lucrativo?

Míticas y sensoriales

Lawrence L. Lezna, en su libro “Psicología de la guerra” hace una clara distinción entre dos tipos de guerra, mejor dicho, dos formas de concebir la experiencia bélica:

Desde que la aparición de los corresponsales extranjeros y el telégrafo transformara la actitud occidental hacia las guerras, es posible clasificarlas entonces en dos categorías generales, que a veces se superponen. Hay guerras en las que un fuerte componente mítico subyace a la manera en que la mayoría de los ciudadanos evalúa la situación (guerras míticas), y guerras en las que la perspectiva mítica sólo es adoptada por unos pocos, mientras que la mayoría mantiene una perspectiva sensorial del conflicto (guerras sensoriales).

Esto, claro está, tiene mucho que ver con cuán cerca o alejado está uno del conflicto en sí, pues lo mítico se construye con la distancia, tanto temporal como espacialmente hablando. Nosotros los argentinos -no hace falta aclarar demasiado el por qué- hemos vivido un clarísimo ejemplo de “guerra mítica” durante el enfrentamiento con el ejército de Su Majestad por las Islas Malvinas.

La concepción de lo bélico cambió dramáticamente hacia la época de la guerra de Crimea (1854-56). Antes de entonces, las mismas eran consideradas acontecimientos lejanos en los que “participaban gloriosos guerreros homéricos por una causa noble (la Nuestra) contra una causa injusta (la de Ellos)”. Las noticias en general solían ser vagas y llegaban con muchísimo retraso.

La aparición –en la década de 1830- de los corresponsales extranjeros y la del telégrafo en la década siguiente, le dio un giro de 180 a todo el asunto. Ahora la gente tenía la oportunidad de involucrarse con los acontecimientos, la oportunidad de “estar allí”.

Como resultado de estas innovadoras aplicaciones, se desarrolló paulatinamente un nuevo y poderoso mercado que involucraba una estricta relación entre la guerra y el periodismo.

Dicho mercado se basaba en la sensación de expectación activa generada por la población a partir de una cobertura más completa de los enfrentamientos. La gente recibía esta novedad con entusiasmo, y su voluntad de estar informada fue convenientemente explotada por la prensa. Así, las guerras pasaron a ser la excusa más clara y directa para vender periódicos. Por supuesto, dichos enfrentamientos debían mantener el carácter “mítico” para que fueran lucrativos. Dos claros ejemplos del efecto contrario fueron las guerras de Coreo y Vietnam, las cuales no llegaron a convencer a la población de que se trataba de una lucha entre “buenos” y “malos” por el destino del universo.

Lezna destaca el hecho de que para que una guerra mantenga su carácter “mítico”, aumente su significado en la conciencia de la población y la una como grupo, existe mucha información que se debe ocultar sin miramientos (podríamos aplicar la misma estrategia en tiempos de paz si en vez de “guerra” pensamos en el término “status quo”, pero por ahora dejémoslo así; ya tenemos suficiente revuelo con los conceptos que aquí se manejan).

Un ejemplo de esto es lo que pasó con el ilustre desaparecido Colin Nelly: Durante la Segunda Guerra Mundial, la gesta del Capitán Colin Nelly -gran héroe estadounidense cuyo mérito fue hundir un barco de guerra japonés incrustando su avión en la chimenea del barco- gozó de una extensa cobertura. En realidad fue todo una maniobra publicitaria para “incrustar en las chimeneas” de los norteamericanos la existencia de un héroe sin parangón. Héroe que nunca hizo lo que se dijo. Al principio la farsa les funcionó muy bien, pero cuando los japoneses implementaron los operativos kamikazes, la figura de Nelly desapareció súbitamente del entramado periodístico. La razón era simple: si él había sido un héroe, significaba que los kamikazes –o sea, los más peligrosos enemigos de los aliados- también lo serían.

Lezna continúa:

Resulta crucial entender que la diferencia entre una guerra mítica y una sensorial es siempre una cuestión de grado: ¿qué porcentaje de población de una nación ve la guerra como una forma de resolver permanentemente todos sus problemas? Para los estadounidenses, la experiencia de la Segunda Guerra Mundial fue un excelente ejemplo de guerra mítica. Desde el comienzo, las diferencias entre “nosotros” y “ellos” estaban bastante claras. Nosotros teníamos submarinos y ellos tenían U-boats; nunca nos preguntamos si eran la misma cosa. Los nuestros solo hundían buques de guerra, ellos atacaban barcos civiles desarmados y barcos-hospital siempre que podían (y estaban al acecho de ellos). Nuestros submarinos estaban tripulados por intrépidos oficiales profundamente preocupados de la supervivencia de su tripulación, que además sabían mucho de los ideales por los que luchábamos. Nuestras tripulaciones estaban compuestas por individuos en extremo valientes ante el peligro. Nuestros submarinos navegaban valerosamente por aguas desconocidas, enfrentando el peligro para asegurar nuestro futuro.

Los U-boats del enemigo eran dirigidos por oficiales fríos, traicioneros y sin imaginación, que nunca se preocupaban por la seguridad de sus hombres ni por los ideales por los que se combatía. Se agazapaban en el fondo de los mares esperando que barcos indefensos estuvieran al alcance de sus periscopios. Toda la tripulación estaba cortada por el mismo patrón que los oficiales, pero era menos inteligente.

¡Pobre del escritor o articulista norteamericano que no se plegara a esta realidad mítica!

Spiegel y la columna de Vulcano

A propósito de la imagen cristalizada del militar alemán de todos los tiempos, imagen que ha trascendido a las Grandes Guerras (aunque de ahí proviene) y las fronteras ideológicas de los Estados Unidos (somos todos hijos de la “madre Hollywood”), a continuación les dejo una perla sin retoques, una crónica de primera mano que vale la pena reflotar por la incómoda relación que existe entre la dureza de los hechos mencionados y la humana sinceridad con que éstos fueron relatados. Que cada uno saque sus propias conclusiones:

En el transcurso de la Primera Guerra Mundial, Alemania declaró que hundiría cualquier nave mercante, incluso la de los países neutrales. Esta nueva y terrorífica forma de combate fue descrita por Adolf K.G.E. von Spiegel que, en esa época, comandaba un U2 alemán. En sus memorias, publicadas recién en 1919, von Spiegel describe el ataque, en abril de 1916, a un buque de carga:

El vapor estaba cerca de nosotros y parecía colosal. Vi al capitán caminando en el puente, con un pequeño silbato en la boca. Vi también a la tripulación limpiando las cubiertas en la proa y, con sorpresa y un leve estremecimiento, descubrí una hilera de compartimentos de madera en todas las cubiertas, de donde emergían los brillosos lomos negros y marrones de caballos.

¡Dios mío, caballos, esas bestias adorables!

Pero no podía hacer nada, pensé. La guerra es la guerra, y cada caballo que eliminemos le resta poder ofensivo a Inglaterra. Debo reconocer, sin embargo, que el solo imaginar lo que estaba a punto de ocurrir me resultaba sumamente desagradable y describiré lo más sucintamente posible lo que ocurrió.

¡Listos para disparar un torpedo!, les grité a los de control. ¡Fuego!

Un pequeño temblor estremeció a la embarcación; el torpedo había tomado su rumbo.

El disparo mortífero fue el acertado y el torpedo se deslizó, a gran velocidad, hacia el buque condenado. Pude seguir su derrotero por las burbujas que dejaba en su tránsito.

Comprobé que la estela de burbujas que dejaba el torpedo había sido descubierta en el puente del vapor, mientras brazos asustados señalaban el agua. El capitán se tapó los ojos, esperando con resignación. Luego, siguió una explosión tremenda, y fuimos arrojados los unos sobre los otros por el impacto. Después, como Vulcano, una columna de agua, alta y majestuosa, de doscientos metros de altura por cincuenta de ancho, terrible en su belleza y su poder, se elevó hacia el cielo.

¡Lancen el segundo torpedo!, ordené.

Podía ver todas las cubiertas. De las escotillas emergía una masa desesperada de hombres que trataba de ganar la cubierta: fogoneros, soldados, mozos y cocineros. Todos corrían y gritaban para llegar a los botes de salvamento, empujándose los unos a los otros, deslizándose por la cubierta inclinada. Del mismo modo, los caballos tropezaban ante la inclinación del buque. Los botes de babor no pudieron ser descendidos, por lo cual todos corrieron a los de estribor que, debido al pánico y al apuro, habían sido liberados con poca inteligencia, ya que estaban repletos. Los hombres que habían quedado atrás se retorcían las manos en señal de desesperación, corriendo de un extremo al otro de las cubiertas; finalmente se arrojaron al agua y nadaron hasta los botes.

Luego se produjo una segunda explosión, seguida por la salida de vapor de las escotillas. El vapor blanco enloqueció a los caballos. Vi a un bellísimo equino gris pegar un salto para caer sobre un bote de salvamento atestado de náufragos. A esa altura, esa visión me resultó intolerable. Bajé el periscopio y nos sumergimos en las profundidades.

Redondeando

Cuando se trata seguir, paso a paso, los acontecimientos de una guerra, lo que sabemos es lo que nos cuentan. Y lo que nos cuentan pocas veces es el reflejo sincero de la cruda realidad. Esta es una verdad histórica. Y como tal, más actual que nunca. Refiriéndose a los conflictos en Kuwait liderados por Bush padre en la década de los 90´s –pero perfectamente aplicables a los enfrentamientos más actuales- Lezna dice lo siguiente:

Las fotografías de la mortal embestida que los aviones norteamericanos inflingieron a los iraquíes que escapaban sólo mostraban kilómetros y kilómetros de automóviles destrozados. Daba la impresión de que los vehículos habían llegado por sí solos a la autopista fatal. No se fotografió ningún cuerpo. Por lo que yo sé, la única manifestación radial o televisiva que discutió el tema del alto porcentaje de nuestras bombas que dieron en blancos civiles en vez de militares, fue el programa Perspective de la cadena de radio ABC. Cualquiera podía escucharlo y conocer esa información. ¡Cualquiera que estuviera despierto un domingo a las cinco de la mañana!

Hoy en día parece que hemos vuelto a los tiempos pretéritos de la nombrada década de 1830. De nuevo, todo se ve desde muy lejos. No sé cómo sería entonces, pero ahora vivimos la “irrealidad mítica” de guerras lejanas y asépticas con una cobarde y resignada indiferencia, mientras hacemos zapping entre el canal Gourmet y las peleas de camellos en Animal Planet.

Parafraseando el viejo dicho: “Ojos que no ven bien, corazón que se vuelve mítico”.