7/9/08

LAS LOCAS AVENTURAS DE LOS JUGLARES MARINOS, por Niko Gadda Thompson

La historia detrás de este relato fantástico es lo suficientemente curiosa como para pretender aquí contarla a modo de introducción. Y sucede que “Las locas aventuras…” no sólo es un delirio esquizofrénico, sino que está basado en hechos reales.
Así es, amigos; los juglares marinos no son otros que la primer camada de personajes verídicos con los que me tocó convivir en mi querida Pirámide, la casa de Tigre (no “del” Tigre, que sino los locales se me enojan) en la cual tuve el privilegio de habitar durante casi tres años de mi dorada juventud. En aquella época sumábamos 7 barbudos andrajosos, los siete que están representados en “Las aventuras…” y con el correr de los meses se fueron sumando otros barbudos andrajosos -y algunas barbudas también- hasta llegar a sumar nada menos que 10 miembros humanoides, más dos gatos y un niñito revoltoso de tan sólo dos abriles. Verdadera tribu de hijos adoptivos, fuimos los hijos de esta Pirámide, el hogar y el oasis de una bohemia anónima y delirante, de esas que no producen más que milagros en la vida cotidiana, sin dejar más rastro que en la memoria de unos pocos afortunados. Una loca fiesta inolvidable…
En fin, como les iba diciendo, el relato de los juglares está basado en la primer camada de perejiles fumeta que vivieron en la casa (en realidad hubieron dos o tres miembros anteriores, como aquel que hace honor al “Almirante Dor Vaal”, quien fuera el hijo mayor de la dueña y el responsable de la germinación de todo este fenómeno pisco-antropológico cualquierístico).
La idea que dió origen al relato fue mi intención de hacerle un homenaje a la casa. Entonces se me ocurrió sugerirle al editor de la revista “Barcos Magazine”, para la cual colaboraba, que me publicara un cuento escrito “especialmente” para la misma. Este buen hombre, ignorando mis verdaderas intenciones, aceptó gustoso y así me largué con esta historia que está llena de chistes y jergas internas descifrables únicamente por la gente de la casa. Más de 15.000 ceños se deben haber fruncido ante tan exóticas ocurrencias. Algún flashero se habrá divertido, espero, pues dentro de lo posible intenté mantener una estructura primaria compatible con la coherencia. Pero la verdad es que todo el texto fue diseñado para el deleite exclusivo de los piramidales y sus allegados (las chichís, por ejemplo, están inspiradas en señoritas reales), los cuales de repente se encontrarían reflejados en una historia delirante publicada en esta revista, a lo menos, seria y prestigiosa.
El artículo original llega a la mitad de “Las aventuras…”, cuando los juglares encuentran la isla con forma de mujer. El resto lo escribí para una segunda parte que nunca se publicó, pues el chiste no llegó a tanto. El editor me mandó a cagar con las siguientes palabras: “¡Qué querés que te diga! La primera parte no se entiende un sorongo. Tus cuentos son muy raros, pibe.”
Y me terminó sentenciando con que una primera estaba bien, pero que ya dos sería demasiado.


Con ustedes,
Las locas aventuras de los juglares marinos
Sugerencias y asesoramiento histórico a cargo de Mitzuca Chinycó
Sugerencias racionales y asesoramiento histórico confiable a cargo de Vincent Von Streitsen


Aún hoy recuerdan los porfiados marineros que ahogan sus penas en el bar del viejo malecón las locas historias del Tigre Egipcio, el alegre bergantín de los juglares marinos. Muchas han sido sus aventuras, la mayoría engullidas ya por la indiferencia del olvido; pero aún algunas permanecen vivas, circulando obstinadamente en el éter de los mitos.
La leyenda comenzó una noche sin luna del año 1606. Las olas crecían sin piedad y el frío era intenso como cachetada seca. En aquellos años de escorbuto y superstición, los marinos no contaban con los abrigos suficientes para poder soportar sin dolor las bajas temperaturas de los mares del sur y el latigazo constante de las gélidas aguas que en tiempos de tormenta acarician la piel como lo haría la misma muerte. La tripulación del Egipcio sentía esas caricias, las sentía hasta los huesos. Y aún así, no era el frío lo que más los abrumaba. Muy pronto, las fichas cambiarían de posición en el absurdo tablero de sus existencias.


La tripulación
El Cazador, personaje austero y algo siniestro, de ojos azul profundo y nariz aguileña, ostentaba un pasado oscuro y lleno de secretos. Mucho antes de conocer el océano sus pasos habían dejado huella en las oscuras montañas del norte canadiense, paisaje que lo vio nacer y cazar sus primeras presas.





El cazador



A Bum Bum Kid, hijo pródigo de la madre Rusia, le decían así porque era un maestro -o sea, un psicópata obsesivo- en el arte de la artillería pesada. Su especialidad desde los cinco años: cañonazo limpio a los mástiles enemigos.




Bum Bum Kid



Pantanetti era, sin lugar a dudas, el galán de la pandilla. Auténtico mestizo, fruto del amor pasajero entre una india Caribe y un negrero portugués, "El Panta" -como sólo se lo conocía en los pasillos del egipcio- se hacía pasar por Don Juan del Carabajal, un “hidalgo español nacido entre Castilla y León” (el muy bruto), con el insaciable propósito de cortejar a todas las mujeres, mujercitas y mujerzuelas que se atravesaran en su camino. A todas ellas él sabía conquistar.




Pantanetti


Romanicus Doorn Idus era un muchacho alto y respingado, de finos modales y una abierta predilección por la Historia, la cocina tailandesa y las juergas noctámbulas. Sudafricano por cuarta generación, sus ancestros habían pertenecido a las camadas pioneras de los Bóers transplantados al continente negro. Enamoradizo por definición, vivía con la eterna ilusión de desposar a Florancia de los Olivos, una bella doncella que había conocido en los balnearios de La Gomera. Ávido escritor, mantenía una detallada crónica de sus días en altamar.



Romanicus



El cocinero de la embarcación, mejor conocido como el Apóstol, era un hombrecillo enjuto y atormentado. Los avatares propios de una vida intensa y sacrificada constituían un campo fértil para usar su imaginación y soltar las más satíricas e irónicas ocurrencias. Sus pasteles de manzana eran insuperables.





El Apostol


Aldus Chónchulon, un mongol pequeño y orgulloso, era un auténtico bipolar de época. De día, todo un caballero; sobrio como monja en penitencia, gustaba de las charlas profundas y era una esponja absorbiendo conocimientos. De noche también era una esponja, pero del ron cubano y la cerveza casera. Sus titánicas borracheras lo hicieron famoso en los siete rincones de este alcohólico planeta.





Aldus Chonchulon


El séptimo y último tripulante decía llamarse Calvino Nahik, aunque nadie supo nunca si aquel era su verdadero nombre. Hijo de colonos ingleses –aseguraba provenir de las orillas de Sumatra- Calvino era un muchacho refinado y bonachón. Amigo de la farsa metafórica y las metáforas farsantes, siempre estaba dando el coñazo con preguntas incisivas e inoportunas, embelesado con la idea de develar quién sabe qué ridículos secretos.




Calvino Naik


Aquella noche, no sólo fueron borracheras autodestructivas y señoras trifulcas en la cubierta del egipcio. Un sentimiento de unión y deber al prójimo reinaba subrepticiamente entre los miembros de la más rebelde y divertida pandilla de piratas medievales. Y es un hecho (rotundo, por cierto) que el Tigre VII sería, al amanecer del día siguiente, un barco sin capitán. El último de los oficiales al mando, el Almirante Dor Vaal, murió misteriosamente esa noche de tormenta, y jamás nadie se tomaría el trabajo de reemplazarlo.




Almirante Dor Vaal



La tripulación, que venía planeando el golpe desde hacía ya un tiempo, siguió su rumbo tranquila y rebautizó la nave. Lo que antes era un bergantín de la marina holandesa, pasó a ser un legítimo y alocado barco pirata. A raíz de una astuta propuesta que hizo Doorn Idus (herencia de su breve estancia en la universidad de Bolonia), se implementaron las famosas A.I. (Asambleas Interminables) para resolver los grandes dilemas y la vida continuó como solía serlo: caótica. Pero eso no les importaba a los juglares; ellos eran ahora libres como chiquillos malcriados. Y el océano era su patio de juegos.
Según asegura la mayoría, los “juglares marinos” (nombre que usaban en broma y marcó sus vidas para siempre) se pasaron los siguientes dos o tres años pirateando por doquier. Algunos pocos garantizan que la orgía de saqueos y partuzas se prolongó durante más de 15 años y siempre con la misma tripulación; al perecer jamás ninguno de ellos desertó, murió o fue reemplazado… Difícil de creer tratándose de semejantes sabandijas. Sea como sea, en lo que todo el mundo coincide es en la naturaleza alocada de esta pequeña y bizarra tribu del mar. No sólo se dedicaban a robar oro y violar vírgenes, también coleccionaban caracoles y organizaban torneos de poesía improvisada.
A la mañana siguiente de la trágica muerte del Almirante Dor Vaal, las fuertes lluvias aún no amainaban y la tripulación del Tigre Egipcio iba y venía de una punta a la otra como poseída, ocupadísimos cada uno en sus imprescindibles responsabilidades:
El Apóstol y Bum Bum Kid jugaban a las bolitas en el puente (imaginen lo difícil que es hacer “oki” en esas condiciones). Romanicus –que por esos días tenía la cara en compota tras el impacto de una cornamusa que los muchachos, infantilmente, se arrojaban entre sí para lastimarse y reírse de ello- pulía los bronces con pomada y trapito gritando desquiciado: “¡Si nos hundimos, nos hundimos con estilo!”. El Panta y Nahik –bajo los efluvios de unas misteriosas plantas aromáticas- habían enjabonado la cubierta de estribor y, equipados con sus calzones deslizantes confeccionados con piel de foca, competían a ver quién resbalaba más lejos. Aldus “soy mongól y me la aguanto” Chónchulon, desnudo y lidiando con una de sus peores kurdas, hacía sendas chiquilinadas en el carajo, su rincón preferido en todo el barco. El cazador, estoico y ceñudo, mantenía el rumbo con su pie derecho mientras se tomaba, de a sorbitos, una botella de jerez.

La isla de las Chichís
A pesar de semejante profesionalismo, el viento y las fuertes corrientes -que molestaron a más de tres ocasos en aquellas latitudes del pacífico oriental- consiguieron desviar la embarcación de su trayecto original empujando a sus víctimas hacia aguas desconocidas.
Poseidón descansó por fin satisfecho. La tripulación, abatida, roncaba al unísono una sinfonía onírica de colosales proporciones. Pasado un tiempo, los rayos de un sol amigo abrieron los ojos de Aldus “resaca curtida” Chónchulon, que estaba hecho un rollito en su carajo. ¡E p¥ta! –se le escuchó gritar en su extraño idioma, y luego- “¡Arriba los de abajo! ¡Tenemos tierra a la vista!”. Efectivamente, el Egipcio enfilaba directo hacia una figura oscura recostada en el horizonte, la imagen de lo que a todos les pareció una isla con forma de… ¡silueta de mujer!
Tetania, que en un antiguo dialecto bieloruso significa “Las curvas superiores de Eva" fue el nombre que Bum Bum eligió para llamar a esta arrogante formación rocosa depositada más allá de las cartas marinas barajadas en aquella época. De estilo marcadamente tropical -plagada de verde, humedad y potenciales plantas alucinógenas- Tetania resultó ser un lugar único en la tierra, pues estaba habitada por las nativas chichís, hermosas mujeres multirraciales pertenecientes a una tribu enteramente femenina, la milenaria tribu Chichí.



Ianomasmaní, emperatriz de la tribu Chichí


Allí, los “falus” (así llamaban a sus hombres-pareja) solían ser lo que en ese entonces resultaron nuestros envidiables amigos: unos fortuitos visitantes venidos de la mar. La costumbre marcaba una simple regla básica: Aquellos falus que encontraran la isla, podrían intimar con las chichís, bajo la condición de adoptar a todos los varoncitos nacidos de la mixtura; medida ésta que implementaban para asegurar su insólita estructura social sin tener que recurrir al infanticidio (lógicamente, eran chicas feministas pero también humanistas).
Todos habían escuchado rumores acerca de este insólito y a la vez excitante lugar, pero nunca nadie imaginó que algo así podría ser cierto. Los muchachos no lo dudaron ni un segundo; no había terminado aún la mañana y ya se oían algunas chichís sermoneando, decididas, a sus respectivos “falus” de turno.




Algunas de las misteriosas chichís, mujeres de deliciosos encantos y otros muchos artilugios. Éstas que vemos aquí -sin embargo- están bastante fuleras, por lo que los expertos sugieren que se trataría de las que quedaron fuera en la repartija de “falus”. La segunda de la derecha, no obstante, debilita esta teoría.

Alelaí, Barbalá, Nataí y Lurdilea eran cuatro de estas guerreras brujas, pues no sólo eran expertas en los encuentros “tet a tet”, sino que además dominaban las artes oscuras y tenían una excelente memoria para registrar todo lo que sus concubinos hacían “mal”. Eran muy recias y lo sabían, pero nuestros valientes amigos no se andaban con exigencias; como cualquier marino bien machote, gustaban de las mujeres y con eso ya era suficiente.
El intercambio de fluidos duró lo que tenía que durar para cada uno y -tras unos lujuriosos días de juergas, relajo y viajes psicodélicos- la tripulación se vio en el aprieto de tener que hacerse cargo de cuatro chiquillos recién nacidos. Ellos eran: Olivo (un negrito alegre y movedizo que nunca dejaba de comer y preguntar), Xavier (siempre callado y meditabundo, se dormía hasta cuando hacía la plancha), el pequeño Facunino (al principio era un poco tímido, pero lo superó y treinta años más tarde fue proclamado emperador de Kurdistán), y Mexxi (era un dotado en el “melón pie”, pero jugando con en las arcas de los piratas, se golpeó con un copa de oro en la cara y nunca se recuperó).




El pequeño Facunino con su madre en el momento de la despedida. Ella nos muestra una placa en la que reza “Siempre estaré contigo, mi dulce Facunino. Hace caso a lo que te dicen y nada de comerse los mocos”.





Olivo

Entre sollozos (piratas incluidos) y promesas falsas de prontos encuentros, los estables del egipcio levaron ancla y una vez más se dirigieron hacia lo desconocido. Mil aventuras más les estarían esperando. Y otras mil encontrarían ellos por su propia y bendita cuenta.


Todo el mundo los conoce como “los alegres juglares marinos”. Ellos son los piratas de la loca mar.

1 comentario:

LUIS BORJA dijo...

BUEN BLOG. ESTARE VIENDOLOS