21/5/08

EL JUICIO DIVINO, por Mitzuca Chinycó

Aclaración: esta historia ha sido escrita con música jazz de fondo y mucho café en primer plano. El estilo de la obra es el resultado de una atrevida fusión entre el romanticismo victoriano y las graciosas historietas de “Juanito el sapo”. Por favor, sepan disculpar.

Un jurado somnoliento está decidiendo el destino de Dios. El juicio acaba de empezar...

Cólico Renal: –¡Yo digo que lo condenen a la pena capital! ¡Es un bárbaro y un embustero! ¡No merece vivir!
Arsénico Vetusto: –Mi querido Cólico, humanamente hablando, Dios no está vivo, por lo tanto tampoco puede morir. Aquí no estamos discutiendo el hecho de si merece o no seguir existiendo. Lo que queremos averiguar es si está realmente capacitado para ejercer el papel de “Entidad Suprema” en este mundo.
Dios: –¡Pero si he sido yo quien lo ha creado!
Arsénico Vetusto: –Eso no tiene nada que ver, mi estimado amigo. Los estatutos asentados en el Manual del Buen Artista referidos a la sección “Legados y otras regalías” explicita claramente que las obras, una vez que han sido creadas, si no se las patenta en menos de 35 minutos no serán más propiedad del autor y pasan automáticamente a formar parte del patrimonio de toda la humanidad. Como abogado de la misma me veo en la obligación de recordarle el límite de sus derechos. Lo siento señor Jehová, pero es nuestro mundo.
Lucy Pher: –¡Esto es absurdo, su señoría! ¡¿Desde cuándo mi cliente y yo nos hemos regido por las normas?! ¡Exijo una revisión de la Historia!
Juez: –Eso no va a ser necesario, señorita Pher. La decisión sobre este punto ya ha sido tomada. El mundo, al menos el que ha sido creado por el acusado, pertenece a la humanidad en su totalidad, y a nadie más.
Escherichia Coli: –¡Eso es injusto! ¡Los humanos acaban de llegar y ya se quedan con toda la torta!
Juez: –Señor Coli, por favor, un poco de coherencia de su parte. Los conceptos de Dios, Torta y Humanidad son todas creaciones del hombre. Usted como bacteria está totalmente fuera de su jurisdicción. ¿Quién dejó entrar a este revoltoso? Por favor, retírenlo de mi sala.
Escherichia Coli (mientras es arrastrado por dos corpulentos policías hacia la puerta de salida): –¡Me vengaré! ¡Juro que se arrepentirá de esto, su señoría! ¡La próxima vez que estornude se acordará de mí! ¡Arriba los microbios!
Juez: –A partir de ahora no quiero más interrupciones. ¿Cómo se declara el acusado?
Lucy Pher: –Inocente, su señoría. Dios no ha hecho nada.
Arsénico V.: –Señor Juez, pido a la defensa que no contradiga las declaraciones de su cliente.
Dios: –En eso estoy de acuerdo, su señoría. (Dirigiéndose a la señorita Pher) ¡¿Qué estás haciendo Lucy?!
Lucy Pher: –Tranquilo Jeho, todo esto es parte de mi diabólico plan.
Arsénico V.: –Quisiera llamar a mi primer testigo.
Juez: –Adelante, abogado.
Arsénico V.: –Quisiera llamar al estrado al señor Sócrates.
Concurrentes: –¡Ohhhhhh...!

Entra Sócrates con cara de alguien que está a punto de cometer un error.

Extra: –¿Jura decir algo que se parezca a la verdad, no toda por cierto porque sería muy complejo, y algo más que la verdad como ser algún chivo expiatorio o falsa coartada inteligentemente elaborada?
Sócrates: –Déme un minuto y le contesto.
Arsénico V.: –Señor Sócrates, ¿por qué no nos cuenta usted lo que sabe?
Sócrates: –Yo no sé nada. Es lo único que sé.
Arsénico V.: –¡Vamos hombre, un filósofo de su prestigio algo tiene que saber!
Sócrates: –Le juro que no sé nada, y ya eso me costó toda la vida descubrirlo.
Arsénico V.: –Por favor, señor Sócrates, no me haga quedar en ridículo.
Sócrates (sollozando como niña chiquita): –¡Lo digo en serio! O acaso usted cree que me divierte. Toda una vida dedicada al pensamiento profundo y lo único que he sacado en limpio es que no tengo la menor idea de nada. ¡Oh, vil tragedia la mía! ¿Por qué me hace pensar en mi desdicha? ¡Quién es usted para revolver así en mis tormentos! ¡Que, no ve que estoy sufriendo!
Arsénico V.: –¡Oh, Dios mío!
Dios: –¿Sí?
Juez: –Señor Vetusto, por favor, controle a su testigo.
Arsénico V.: –Está bien, está bien, señor Sócrates. No más preguntas. De todas formas le agradezco en nombre de todos aquí presentes su aporte a la sabiduría universal de los últimos dos mil años.
Descartes: –“Dudo, luego existo”. Menudo idiota.
Juez: –¿Cómo dice, señor Descartes?
Descartes: –¿Qué? No, nada. Disculpe, su señoría.
Juez: –Bien, prosigamos. Señorita Lucy, ¿desea usted hacerle alguna pregunta al señor Sócrates?
Lucy Pher: –Déjelo ir, su señoría. El pobre se ha orinado en los pantalones. Quisiera llamar a un nuevo testigo.
Juez: –Adelante.
Lucy Pher: –Quisiera llamar al estrado al señor Zeus.
Concurrentes: –¡Ohhhhhh...!

Un hombre en cueros con un tridente en la mano derecha y una hermosa barba blanca en la izquierda atraviesa la sala con majestuosa pompa y toma asiento como lo haría el más grande de los dioses griegos. Parece estar muy seguro de sí mismo.

Zeus: –Buenas.
Extra: –Señor Zeus, ¿jura que la verdad es una, solo una y nada más que una?
Zeus: –Lo juro, pero éste es sólo mi punto de vista.
Lucy Pher: –Buenas tardes, señor Zeus. Está usted aquí presente para dar testimonio directo de las facultades creativas y las buenas intenciones de su colega el señor Dios.
Zeus: –¡Oh sí, claro! En qué lío te habrás metido ahora, pequeño rufián. Ja ja ja! Solía llamarlo así cariñosamente en los días de la Academia, ¿verdad, Jeho? Él estaba un par de años debajo mío, a parte del que repitió por culpa de ese estúpido profesor de “Vida Inteligente I”, ¿cómo era su nombre?
Shiva: –¿Te refieres al maricotas de Ético Conciencia?
Zeus: –¡Menudo cabrón! Nos obligaba a reflexionar sobre nuestros actos, el muy babitas. En los círculos mitológicos incluso se decía que era un rebelde de izquierdas, enseñando subrepticiamente todas esas bobadas acerca de la moral divina. Triste historia, creo que terminó siendo despedido. En fin, de todas formas nos hicimos muy amigos tú y yo, ¡¿verdad que sí, muchacho?!
Dios: –Solías mojarte el dedo y meterlo en mi oreja.

Lucy Pher: –Y dígame usted, Gran Zeus, ¿cómo era Dios de pequeño? ¿Era un buen muchacho? ¿Estudioso? ¿Hacía sus deberes?

Zeus: –Oh, sí, mucho y muy bien. Era un niño aplicado y muy correcto.

Arsénico Vetusto: –Señor Zeus, le recuerdo que está usted bajo juramento.

Zeus: –¿Eh? Ahh... bueno, a decir verdad era bastante malcriado.

Lucy Pher (visiblemente ofuscada): –Está bien, señor Zeus. Gracias por su colaboración.

Zeus: –Y solía hurgarse la nariz todo el tiempo. Era un tic que...

Lucy Pher: –¡Señor Zeus, ya es suficiente!

Zeus: –Lo siento Jeho, si no digo la verdad pueden regresarme a la jaula y tu sabes que...

Lucy Pher: –¡He dicho que ya está bien! No más preguntas, su señoría.

Concurrentes (abucheando agitadamente, más por divertirse que por auténticas convicciones políticas): –¡Buuuuuhh! ¡Volvé al Olimpo, fracasado! ¡Buuuuuuhh! ¡Delincuenteeee! (risas)

Juez (golpeando con su martillo en la cabeza de Zeus): –¡Orden en la sala! ¡Orden en la sala! ¿Señor Vetusto?

Arsénico V.: –No haré preguntas, su señoría. Creo que el señor del tridente y la barba sospechosa ha dicho todo lo que hacía falta.

Juez: –¿Desea llamar a su siguiente testigo?

Arsénico V.: –En efecto. Muchas gracias, su señoría. Mi próximo testículo es...

Juez: –Perdón, señor Vetusto, ¿ha dicho usted “testículo”?

Arsénico V.: –¡Por supuesto que no, su señorísima! ¿¡Cómo se le ocurre tal cosa?!

Beethoven: –Sí que lo ha dicho. Lo escuché muy bien.

Salieri: –¡Cállate Ludwig, viejo sordo y engreído! Tú apenas si escuchas los quejidos de tu ego.

Silencio por parte del señor Beethoven, quien parece no haberse dado por aludido.

Salieri: –¿Lo ven? Sordo como una tapia.

Beethoven: –Seré sordo, pero a ver cómo te va para superar cualquiera de mis sinfonías. ¡Incluso la segunda está por muy encima de tus garabatos de niño mimado! Y mejor ni hablemos de Amadeus.

Salieri: –Garabatos de niño mim… ¡Maldito enano del demonio!

Lucy Pher: –Siempre termino involucrada.

Juez: –¡Orden en la sala!

Beethoven: –El nene está enojado porque su papi no le enseñó el piano a los latigazos como debe ser. Vulgar imitador.

Salieri: –¡Te mataré Beethoven, juro que te mataré!

Juez: –¡Maestro, por favor!

Salieri: –¡Sanguijuela putrefacta! ¡Te ahorcaré con mis propias manos!

Lloriqueos histéricos por parte de este conocido aunque mediocre compositor.

Juez: –¡Orden en la sala! No toleraré amenazas más allá de las estrictamente necesarias. Llévenselo muchachos.

Salieri es retirado de la sala violentamente. Sus chirridos y patadas nos recuerdan a los de Escherichia Coli de hace sólo unos momentos atrás.

Juez: –¡No quiero más interrupciones! ¡Al próximo que interfiera lo condenaré al sudor eterno!

Silencio profundo.

Juez: –Señor Vetusto, si es tan amble.

Arsénico V.: –En efecto, su señoría. Antes que nada, quisiera mostrarle al jurado algunas pruebas -si me permiten decirlo- “contundentes” acerca de la reprensible incompetencia del acusado.

Seguidamente vemos al señor Vetusto extraer de su maletín una gran plancha de piedra que al parecer contiene grabadas algunas frases ilegibles.

Arsénico V.: –Ante ustedes damas y caballeros, ¡la piedra filosofal!

Leonardo da Vinci (visiblemente desilusionado): –¡Esa es la Tabla de los diez mandamientos, ignorante!

Arsénico V.: –¡Ahá! La Tabla de los diez mandamientos. Muchas gracias señor Vinci por su sabia aclaración. Pero déjeme decirle una cosa: si mal no recuerdo, la piedra filosofal es aquella con la cual el hombre sería capaz de convertir los metales simples en oro, el mineral más preciado de la tierra. Pues bien, su señoría, distinguidos miembros del jurado, personas, conceptos y entidades sobrenaturales aquí presentes: lo que ustedes llaman la “Tabla fundamental”, yo la llamo la “Piedra filosofal”, el pedazo de roca que ha permitido a una porción minoritaria de la humanidad convertir los sueños y esperanzas de las masas oprimidas e ignorantes (miradita furtiva a Leonardo) en puro oro de la mejor calidad. Dinero y propiedades a unos pocos en virtud de la característica más reprochable que posee el ser humano: una exagerada y antinatural obsesión por el poder. Obsesión que ha sido alimentada con estas simples reglas “sagradas” producto de una mente superior perversa, o en el mejor de los casos, irresponsable. Son estas diez sencillas consignas las causantes de innumerables remordimientos, humillaciones, rebeliones, laceraciones y sobretodo, injusticias irónicamente ejecutadas en nombre de una Ley que no acepta devoluciones.

Lucy Pher: –¡Protesto, su señoría! ¡Protesto rotundamente! Lo que mi colega está olvidando convenientemente aquí es un pequeño pero crucial concepto compuesto de tres únicas palabras. Protesto nuevamente y reclamo una exposición de mis argumentos de la mano de mi próximo testigo. ¡Estimadísimo Juez, en nombre de la defensa, llamo a ocupar el estrado al honorable Libre Al Bedrío!

Juez: –Protesta a lugar. Más le vale que esto sea bueno, señorita Pher.

Lucy Pher: –Descuide, su señoría, le prometo que con esta vil treta no lo voy a decepcionar.

Un sujeto bajito y con apariencia de timidez crónica, vestido con un modesto pero prolijo traje gris de media tarde, hace su entrada silenciosamente y se aproxima, recto y sumiso, al estrado de los testigos.

Extra: –Señor Bedrío, ¿jura mentir acerca de la verdad, mentar acerca de la verdura y nadar mas allá de aquel verde vespertino?

Libre Al Bedrío: –Haré lo posible.

Lucy Pher: –Mi querido Al, ¿cómo te encuentras hoy?

Libre A. B.: –Un tanto arrepentido, pero gracias por preguntar.

Lucy Pher: –Al, tú y yo hemos recorrido un largo camino juntos, ¿no es así?
Libre A. B.: –Así es, señorita Lucy.

Lucy Pher: –Casi se diría que somos como hermanos.

Libre A. B.: –Bueno, en rigor lo somos. Recuerde que fue Dios quien nos engendró.

Lucy Pher: – Tienes toda la razón. Somos hijos de un mismo padre. La pregunta es ¿somos hijos de una misma madre?

Juez: –Señorita Pher, por favor, ¿le molestaría ir al grano?

Lucy Pher: –A eso iba, su señoría. Me disculpo una vez más. Mi querido Al, ¿podrías aclararnos cuál es exactamente tu función como funcionario público de las Ordenes Celestiales?

Libre A. B.: –Básicamente soy un concepto cuya función principal es recordarle a los humanos que si bien ellos se rigen bajo unas estrictas normas burocráticamente determinadas “sacras”, también poseen una naturaleza libre –de ahí mi nombre de pila– que les otorga la posibilidad de actuar según sus propios criterios. A condición claro, de que se atengan a las consecuencias dictadas post-mortem.

Lucy Pher: –Déjame ver si te he comprendido bien. ¿Dices que los humanos deberían obedecer ciertas reglas, pero no tienen que hacerlo si no lo desean?

Libre A. B.: –A condición de que se atengan a...

Lucy Pher: –Sí, sí, sí. A esas ridículas consecuencias postmodernas.

Libre A. B.: –Post mort…

Lucy Pher: –Pero ahora yo me hago la siguiente pregunta: de existir sólo esa libertad de acción de la que nos hablas, sin control ni supervisión de ningún tipo, ¿qué clase de mundo loco sería éste?

Arsénico V.: –¡Protesto! Su señoría, da la casualidad de que tengo aquí, en mi maletín, datos y fechas precisas que indican que el señor Libre Al Bedrío es una invención posterior a los diez mandamientos, creada astutamente por el acusado para justificar los desbarajustes de su gestión política en el departamento de “Pecados y Tentaciones”.

Lucy Pher: –No mezclemos las cosas, señor Vetusto; de las tentaciones me encargo yo. Seamos coherentes con las acusaciones o me veré obligada a pedir una total revisión de las mismas. En cuanto a la época de emisión de mi querido amigo aquí presente, esos datos de los que usted habla jamás han sido comprobados fehacientemente por delegación teológica ni académica de ningún tipo.

Juez: –Protesta denegada.

San Francisco de Asís: –¡Es buena la muy zorra !

Marqués de Sade: –Te lo dije. Hace que tenga ganas de meter mano en mis propios pantalones y toquetear un poco a este miem...

Madre Teresa de Calcuta: –¡Oh, cállese, jovencito asqueroso! Debería darte vergüenza.

Marqués de Sade: – Perdón madre, no volverá a suceder (sonrisita picaresca dirigida a San Francisco)

Juez: –Señor Vetusto, ¿desea usted hacerle alguna pregunta a nuestro testigo?

Arsénico V.: –Sí, su señoría, hay algo que siempre quise saber. ¿Señor Bedrío?

Libre A. B.: –¿Sí?

Arsénico V.: –Señor Bedrío, ¿es usted homosexual?

Lucy Pher: –¡Protesto!

Y así fueron pasando las horas, testigo tras testigo...

Arsénico V.: –Señor Mandamiento, ¿Sexto no es así?

Noveno M.: –Sexto es mi nombre, sí.

Arsénico V.: –Señor Sexto, ¡¿Es cierto que ha sido usted creado con el fin de martirizar, torturar y, en fin, castrar al hombre honrado y sediento de nuevas experiencias?!

Noveno M.:¡Les juro que no fue idea mía! ¡Ellos me obligaron! (señalando a una pandilla de barbudos insurrectos en el fondo de la sala, compuesta por Moisés, Jesús y Mahoma)

Moisés: –¡Date por muerto, estúpido bocón!

... tras testigo...

Lucy Pher: –Señorita Mama, dice usted ser la amante del señor Jehová.

Concurrentes: –¡Ohhhhhh...!

Pacha Mama: –Caramelito y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo, y el siempre fue muy cariñoso conmigo. Tuvimos nuestras peleas claro, como cualquier pareja normal, pero...

Darwin: –¡Prostituta!

Juez: –¡Orden en la sala!

... atrás te digo...

Arcángel San Gabriel: –... y entonces me acerqué lentamente hacia donde ella se encontraba y comprobé agradecido que el sedante había dado resultado. Corrí muy suavemente las sábanas y me dispuse a desabrochar los botones de aquel fino e inmaculado camisón de lana entretejida. ¡Olía tan rico!

Arsénico V.: –¿Podría decirme cuántas veces ha violado a una mujer indefensa, señor Gabriel?

... tras el trigo.

Judas: –¡Yo no soy un soplón! He vivido con esta mentira por mucho tiempo, pero ya no aguanto más. ¡¿Quieren que les diga la verdad?!

Concurrentes (emocionados): –¡Sííí!

Judas: –El que delató a Jesús fue...

San Pablo: –¡No lo hagas, Judas! ¡Nos hundirás a todos!

Las cosas se habían puesto muy densas y nadie sabía cómo iba a terminar todo aquello.

Arsénico V.: –Para finalizar quisiera llamar a mi último testigo, tal vez el único que nos pueda revelar las respuestas a tantas preguntas. ¡Le pido al acusado, el señor Dios, que se acerque al estrado!

El Príncipe Valiente: –¡Ohhh...! Perdón.

Extra: –Señor Jehová, ¿jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

Dios: –Yo soy la verdad.

Todos menos el Príncipe Valiente: –¡Ohhhhhh...!

Arsénico V.: –Señor Jehová, Dios de los judíos, islámicos, católicos y derivados de menor alcurnia...

Lutero: –¡Oiga usted!

Arsénico V.: –Ya que no sólo parece tener la verdad, sino que alega ser ella misma (en ese momento, y aunque nadie lo nota, la Verdad pasa silbando despreocupadamente por la acera que se ve desde los grandes ventanales de la sala), ¿por qué no nos ilumina con una declaración… yo diría más bien una “confesión” de los hechos desde...

Lucy Pher: –¡Protesto, su señoría! La subjetividad en el uso de los términos por parte del señor Vetusto es intolerable. ¿Quien se cree que es usted, abogaducho de segunda, para hablarle así a esta pobre y asustada entidad superior que lo único...

Juez: –¡Suficiente, señorita Pher! Protesta denegada. Estamos aquí para dictar un veredicto definitivo, y eso significa llegar hasta las últimas consecuencias si así resulta necesario. Además me estoy haciendo y hoy no me pusieron mis pañales con ositos. Prosiga, señor Vetusto.

Arsénico V.: –Muchas gracias, su señoría. Como le iba diciendo...

Dios: –Está bien, está bien. Hablaré, pero por favor dejen de gritar que asustan a mi mascota (efectivamente, a Moby Dick se la veía aterrada). ¡Oh, yo mismo! Nunca pensé que este momento llegaría alguna vez. Pero supongo que es hora de que les dé algunas explicaciones. Verán... cuando ideé este mundo yo aún era muy joven. Tenía muchas dudas y estaba pasando por un momento difícil de mi existencia. Ya conocen a los adolescentes; creen saberlo todo pero en el fondo no son más que unos niños temerosos e indecisos. La verdad es que cuando me propuse crear la Tierra, mi idea había sido simple y a la vez maravillosa: un mundo lleno de vida y color. Un lugar donde todas las criaturas tuvieran la oportunidad de existir durante un tiempo y disfrutar lo más posible de la experiencia. Conocía los riesgos que involucran las reglas de la cadena alimenticia, pero ustedes en mi lugar, ¿qué habrían hecho? ¿Lechuguita para todo el mundo? Eso habría sido muy injusto, sobretodo para las lechugas. Además necesitaba darles independencia, dejar que ellos mismos se abastecieran y diversificaran. Yo solamente quería ser un espectador. Y lo fui durante mucho tiempo. Hasta que un buen día...

Tiranosaurus Rex: –¡Llegaron los dinosaurios!

Dios: –No, mi querido Rex, ustedes fueron grandes y fuertes, pero en el fondo inofensivos. Yo me refería a los humanos.

Mamífero primitivo: –¡Te lo dije, lagartija!

Dios: –Los humanos no son muy distintos del resto de los seres vivos. Comen, duermen, respiran, se reproducen, incluso hacen la cacona como todos los demás. Están hechos de los mismos materiales y son tan frágiles como la ameba o el orangután; viven tan solo unos pocos años y les gusta curiosear. Eso sí, saben ser inteligentes cuando hacen el esfuerzo por serlo. Pero lo que realmente los hace tan especiales no es el hecho de pensar más ni saberse víctimas de un presente continuo y cambiante a la vez. Tampoco tiene que ver con la distinción que han creado entre lo que está “bien” y lo que está “mal”. Mucho menos es el resultado de su inagotable variedad como miembros de una raza única, aunque multicultural y sumamente creativa.

Adolf Hitler: –¡Fascinante!

Dios: –Todo eso vino mucho después. Lo que en vardad hace que los seres humanos sean diferentes del resto de mis criaturas es la eterna convicción de que yo existo; de que efectivamente, deambula por allí un Dios. Fue esa convicción la que... Verán, independientemente de que sea o no real, el concepto de "dios" es un producto que siempre ha surgido en sus propias conciencias, gritando desde lo más profundo de su tozuda ignorancia. Yo sólo les di lo que ellos querían tener. Soy lo que ellos quieren que sea, y hago lo que ellos quieren que haga. Al final de cuentas, es la única manera de seguir figurando. No sé si esto es lo correcto; sólo espero que me entiendan.

Ustedes se preguntarán qué fue lo que pasó después; ¿acaso el Único fue juzgado finalmente? ¿Y qué hay del veredicto? Tal vez quieran saber cuál fue el castigo en caso de que lo haya habido y se dirán a sí mismos: ¿merecía realmente ser juzgado?

Queridos amigos, todo ello está muy bien, pero no esperen encontrarlo en esta historia. El final es un problema de ustedes. ¡Que cada uno haga de Dios lo que cada uno quiera! Después de todo, esa ha sido, es y será por siempre, la más justa de sus condenas.

No hay comentarios: