21/5/08

LOS ECLÉCTICOS Y LOS EXPERTOS, por Niko Gadda Thompson

“Mi tormento ha sido –y es- no tener un alma multiforme y ubicua para poder vivir muchas vidas vulgares e ignoradas.” Asorín, escritor y baluarte de la bohemia española.

Lamento decir que soy de esa clase de necios que se pasan el día dividiendo a las personas según dos rubros cualquiera aunque bien definidos. Es como un deporte. Un deporte tonto y simplista pero, en fin, no crean que con esto intente justificarme. Están, por ejemplo, los que adoran la playa y están los que son más de montaña; están los chicos diurnos y los nocturnos; están los hombres que, a la hora de la verdad, prefieren un buen par de tetas y estamos los que sabemos que, si las nalgas son deliciosas, gran parte del cuerpo (piernas, cadera, cintura) también lo será; están las inglesas con cara de chanchito y las con cara de pajarito, están las guarras y las frígidas, los que comen achuras y los que no son argentinos, los que al final de una estirada enumeración culminan con “y un largo etcétera” y aquellos que se rompen la cabeza un poco más para diferenciarse con algún giro linguístico que sorprenda... y un largo etcétera.
Una de mis polaridades preferidas es la que he dado en llamar “Eclécticos vs. Expertos”, o sea, los que abarcan mucho y aprietan poco y los que, pues, hacen lo contrario. Ya desde pequeño me di cuenta que la mía ha sido siempre la primer opción. Soy demasiado curioso y me distraigo fácilmente, dos cualidades que se complementan a la perfección dando como resultado un eterno moebius de entusiasmo y renuncia. De ahí que uno abarque mucho, pero claro, apriete poco.
El sistema social en el que vivimos, mucho más moderno aún (sin ese “pos” delante tan canchero) de lo que a muchos les gusta pensar, no permite demasiada libertad de juego a estos denominados “eclécticos”, porque la onda de picotear aquí y relamer allá no va con el concepto (y la realidad práctica) de la especialización, eslabón fundamental en la gran cadena de la industria y el consumo que domina nuestra actual existencia.
En un mundo con cada vez más personas dentro, con más competencia, menor capacidad de asombro y, sobretodo, una rotunda necesidad de miniaturizar nuestro horizonte vocacional para -hablemos claro- ser “tomados en serio” a la hora de conseguir empleo, los eclécticos estamos alegremente perdidos. Y es lógico: cada disciplina, ya sea científica, incluso artística u profesional en general, abarca por sí misma un territorio tan vasto en posibilidades que, irónicamente, sólo nos resta elegir una y olvidar a las demás.
En mis días de universitario (¡cuán lejos me siento ahora de todo eso!) conocí a un biólogo molecular –y profesor nuestro- que hasta la fecha había dedicado veinte años de su vida al estudio de una sola proteína, y esto fue hace ya más de diez (me juego un testículo a que aún sigue con la misma). Claro, aquel gran hombre nos contaba que, si lograba llegar a donde él pretendía, la cosa podría desembocar en el mitológico premio Novel (de hecho, ya se ganó el Antorchas). Y de ahí lo maravilloso de ser un “experto”. Así y todo, se necesita pasión y perseverancia para lograr que lo que uno hace (lo que uno no puede dejar de hacer, en estos casos), redunde en logros y méritos inalcanzables de cualquier otra forma. Esa el la sangre y la carne del experto.
Un señor muy sabio, aunque anónimo, solía decirme que toda esta “locura productiva” recibe su energía de los altos niveles de obsesión que muchos poseen y necesitan canalizar a toda costa: “En la guerra por controlar el mundo, espetaba risueño, los psicóticos (psicópatas, en una jerga más mundanal) son los líderes, los obsesivos sus más fieles y prolíficos vasallos, y el resto de la plebe torpe e indecisa, los neuróticos que todo lo dudan y por eso necesitan a los primeros para que les digan qué hacer y a la oferta de consumo masivo para apaciguar lo inmediato de una angustia que, en el fondo, jamás se tomará descanso.”
El sistema en el que vivimos es caótico y muy injusto, pero existe –de alguna manera- una especie de orden implícito, el cual surge como resultado de lo que somos y de cómo nos relacionamos con los demás. Tenemos que aceptar que nuestra propia y “volátil” naturaleza no nos haría fácil diseñar (y mucho menos, mantener) nuevas estructuras de sociedad en las cuales se privilegie a aquellos que no sentimos una pasión desenfrenada por algo en particular, sino que flotamos por la vida buscando, encontrando, descartando y volviendo a empezar.
Hoy en día está bien visto que uno diga: “No hay nada que me apasione tanto como la danza acuática sincronizada. Mi vida es la danza acuática sincronizada. Si no pudiera nadar sincronizadamente, no sé qué sería de mí.” Volvemos a lo mismo: está muy bien ser un especialista en algo, amarlo más que a tu propia madre y dedicar tu vida a superar los límites más inesperados. ¡Pero eso es cosa de obsesivos! Y hay muchos de nosotros que no somos así. Nada nos desvive tanto como para anular al resto. La vida también puede ser, y es, una sucesión de pequeñas pasiones, alimentadas y abandonadas según los caprichos de nuestra voluntad. ¡Leonardo Da Vinci, señoras y señores, el icono de la pro actividad, la inventiva y el entusiasmo (tres pilares del ideal laboral actual) casi nunca terminaba los proyectos que emprendía!
Yo entiendo que algunos puedan discrepar diciendo: “Ser disperso es una debilidad propia de aquellos que carecen de convicción, perseverancia, sentido de logro y satisfacción a largo plazo.” ¡Y tienen razón! Pero da mucha rabia cuando te lanzan eso de que “sos un nene malcriado y caprichoso que todo lo quiere ya y como no puede tenerlo, renuncia”. Porque la renuncia también pasa por otro lado. Sucede algo parecido con el tema de las parejas; si uno no puede mantener una relación por más de un período estándar (digamos, un año), eso quiere decir que uno es un infantil picaflor atrapado en la adolescencia crónica, y no un tipo que sencillamente se toma muy en serio aquello de “amar y ser amado”, algo tan fabuloso como difícil de alcanzar.
Nosotros los eclécticos nos aburrimos, nos cansamos, comprobamos una y otra vez que aquello que en un principio nos parecía grandioso (principio que, por definición, está gobernado por la fe y la ignorancia), con el tiempo puede resultar no serlo tanto y punto, se acabó, a otra cosa. En una palabra: uno se decepciona. Y también se decepciona de sí mismo, porque entiende que en este mundo tan complicado e imposible de aprehender, renunciar una y otra vez es infantil, significa “empezar de nuevo” de nuevo, encontrar coraje donde sólo proliferan las dudas, seguir respirando y con las manos vacías. Esa es la cruz del ecléctico.
Así y todo, yo les aseguro que la renuncia es tan infantil y angustiante como lo es la obsesión. La primera consigue que no termines. La segunda, que no puedas escapar. La una, un placer doloroso. La otra, un dolor placentero. Aquella que sufre la condena social, no se ahoga en una más personal y profunda, porque la autoexigencia desmedida -muy propia de los obsesivos- es una de las fuerzas provocadoras de ansiedad y angustia más poderosas que existen.
Nadie escapa a la frustración. El deseo eterno de lo que no se ha conseguido aún, es una bestia polimorfa e inagotable. Pero por suerte existe el tiempo, y con él la muerte, esa promesa del “no yo” que nos obliga, de vez en cuando, a cobrar perspectiva y ver el cuadro completo por encima de nuestras locas existencias.

Steve Jobs (Apple, NeXT, Pixar) dijo una vez lo siguiente: “La muerte es el mejor invento de la vida”. Trataré, con sus palabras, de proporcionarles el contexto.


Yo nunca me gradué… después de 6 meses de carrera, abandoné los estudios
porque encontraba absurdo gastar los ahorros de mis padres (adoptivos) de toda
una vida en algo que no me convencía. No tenía idea de qué es lo que
quería hacer, y menos aún de cómo la universidad me iba a ayudar a averiguarlo…
Al principio me dio miedo pero, mirando hacia atrás, fue una de las mejores
decisiones que jamás he tomado.
En ese momento dejé de asistir a las clases
que me parecían tediosas y me concentré en las que sonaban interesantes… Me
encantó. Y muchas cosas con las que me fui topando al seguir mi curiosidad e
intuición, resultaron invaluables con el tiempo.

Aquí cuenta el ejemplo del curso (auto sugerido) de caligrafía que se daba en la universidad. “Nada de esto parecía tener ni la más mínima aplicación práctica en mi vida.” Su atracción por las distintas y milenarias formas de escritura, sumado al sutil arte implícito en dicha disciplina, redundó años más tarde en la creación de las primeras y exclusivas caligrafías para pantallas marca Apple (serif, sans serif, etc.), a partir de las cuales surgieron todas las demás. Y sigue:

Por supuesto, era imposible conectar los puntos mirando hacia el futuro cuando
estaba en clase, pero fue muy, muy claro al mirar atrás diez años más tarde...
Así que tienes que confiar en que los puntos se conectarán alguna vez en el
futuro. Tienes que confiar en algo, tu instinto, el destino, la vida, el karma,
lo que sea. Porque creer que los puntos se unirán te dará la confianza de seguir
a tu corazón, aún cuando esto te aleje del camino “correcto”. Esa forma de
actuar nunca me ha dejado tirado, y ha marcado la diferencia en mi
vida.


Tal vez les suene un poco cursi todo esto, mis queridos lectores, pero piensen en éste como lo que es: un fragmento de la conferencia (sencilla y brillante) que dio Mr. Jobs a los alumnos de la Universidad de Stanford durante su ceremonia de graduación enn el 2005 (si lo quieren ver completo, vayan al Youtube y pongan “Steve Jobs Stanford”). ¡Nada menos que el gran Steve! El tipo que iba a la oficina descalzo; el visionario que inventó Apple (y con ésta, las gloriosas Macintosh), la desarrolló hasta convertirse en una compañía inmensa, ¡lo echaron! (difícil de explicar, pero cierto) y, como no tenía otra cosa que hacer, formó una familia según él “maravillosa” (lo cual tampoco es nada fácil) y creó dos compañías más, NeXT y Pixar: “Había cambiado el peso del éxito por la ligereza de ser de nuevo un principiante, menos seguro de las cosas. Me liberó para entrar en uno de los períodos más creativos de mi vida”. Con NeXT volvió al universo Apple y lo reflotó del abismo en el que había caído durante su ausencia. Con Pixar, hicieron “Toy Story” -el primer largometraje animado con tecnología digital- y el resto es “his story” (por favor, disculpen la ocurrencia).
Homenajeando las palabras de Steve, tal vez los “puntos” de mi vida, y los del resto de mis camaradas eclécticos, se terminen uniendo para formar un cuadro coherente y productivo que canalice, por una misma vía, toda esa angustia creativa. O tal vez no. Por el momento sólo me resta seguir adelante, confiar en mí mismo y terminar este artículo, este somero artículo que ya me está aburriendo un poco y del cual muy pronto me pienso escabullir.


Los Millennials

El artículo que acaban de leer lo escribí en algún momento del año pasado y, hete aquí, que el otro día cae en mis manos una nota sobre los llamados “Millennials”. Creo que nací 15 o 20 años antes de tiempo… Les cuento un toque de qué se trata:

Si bien “algunos los consideran parte de la Generación Y (los que tienen entre 23 y 34 años), y muchos son hijos de la llamada Generación X, que hoy tienen entre 35 y 43 años”, con el tiempo se han ganado su propia denominación –Millennials- y está claro que no sólo pertenecen a una movida distinta de las anteriores, sino que estamos hablando de un fenómeno mundial.
Se trata de una generación de jóvenes “sobreestimulados, saturados de actividades desde la niñez, que buscan la satisfacción inmediata, pero no son rebeldes como los baby boomers o escépticos como la Generación X, sino más bien optimistas y muy colaboradores. La cultura wiki (por Wikipedia) les sienta mucho mejor que la hipercompetitividad de las generaciones anteriores.”

“Hay dos máquinas que nunca se apagan en esta casa: la heladera y la computadora.”

Características principales de los Millennials (citadas también de la nota):

· Sus padres fueron víctimas del downsizing (las reestructuraciones que a nivel global se produjeron en los 90) y tuvieron que sobrevivir atendiendo un quiosco o manejando un taxi luego de haber trabajado 15 años o más en una compañía. Por eso, los millennials no creen en el esfuerzo, prefieren los horarios flexibles y buscan nuevas experiencias todo el tiempo.
· Los jóvenes de esta generación priorizan un buen grupo de trabajoy un ambiente relajado. No se sienten fieles a la empresa. Quieren tener menos ataduras y aprovechar las oportunidades. Por eso no dudan en renunciar para tomarse un año sabático, hacer el viaje que siempre soñaron o probar suerte en otra actividad que les resulte más estimulante.
· La mayoría (3 de cada 4) de los que eligen una carrera universitaria, lo hacen por gusto personal y no por la “supuesta” salida laboral. Mucho menos por mandatos paternales.
· Aunque son grandes usuarios de tecnología, los adolescentes suelen desconocer la jerga que utiliza la industria. Términos como comunidad virtual o Web 2.0 no les dicen absolutamente nada; sin embargo, muchos de ellos usan Facebook, My Space, Blogger y MSN. Esto sucede porque no ven la tecnología como una entidad aparte, sino como algo natural que es parte de sus vidas.

“A diferencia de la Generación X (la primera en sufrir los divorcios, las familias ensambladas y el ocaso de la "fe en un mañana mejor") y a diferencia de los jóvenes Y (hiperatareados y competitivos), los millennials se toman todo con más calma. Se les critica que viven el presente sin ahorrar o preocuparse por el futuro. En líneas generales, han crecido con mayor diversidad y libertad, están convencidos –y esto es muy grosso- que hombres y mujeres están en pie de igualdad (sus papás los han bañado y cambiado los pañales mientras mamá trabajaba) y el acceso a nuevas tecnologías les permite tener amigos en países lejanos y con culturas diferentes. A diferencia de sus padres, ya no consideran la estabilidad laboral como un valor ni se esfuerzan en buscarla. Viven en un mundo líquido, como describe el filósofo Zygmunt Bauman, donde nada es sólido ni permanente. Una primera camada está llegando a las universidades y al mundo del trabajo, provocando cambios en las estructuras y organizaciones.”

Como podrán notar, se viene una ola de “eclécticos” que seguramente modificará, no sólo los detalles de la moda y las tendencias en general, sino muchas de nuestras convenciones culturales más arraigadas. De aquí en más sólo resta especular.

¡Vivamos, veamos y dejémonos de hablar!

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