9/6/08

NACARU, por Vincent Von Streitsen

Se siente en el aire. La caída es inminente. Irrefutable. No hay hombre que pueda ni dios que quiera detenerlo. Solo resta desear la más rápida e indolora de las muertes...

Se despertó y lo primero que notó fue un silencio demasiado obvio como para no considerarlo sospechoso. “¿Dónde mierda se ha metido todo el mundo?”, balbuceó -horrorizado por un instante- para luego repetirlo en ese grito avergonzado de los que odian sorprenderse a sí mismos emulando la cobardía. Su ronca voz resonó con el eco de las treinta y cuatro habitaciones de su mansión, pero nadie respondió.

Por primera vez desde que comenzara su reinado de opulencia y tiranía, el acaudalado Montalbán -el enigmático y carismático hombre de “negocios” Braulio Gimeno Montalbán- se encontraba insólitamente despojado de toda compañía. Ni un solo gesto de vida asomaba esa mañana por entre los rincones de su soberbio caserón otrora hirviente de guardias, sirvientes y las sanguijuelas lame-culos de siempre. “¡Me han dejado estos cabrones! Nadie pensó en mí… ¿Acaso no saben de sobra lo que se han ganado por hacerme esto? ¡Acaso no me temen lo suficiente, carajo! ¿Dónde mierda se ha metido todo el mundo?”, susurrando una vez más. Esta vez sin repetirlo en voz alta.

El caos afila sus garras rasguñando la madre tierra. El espanto de los hombres no se oye, pero se cuece en su propia grasa. Este monstruo de inconciencia cósmica no nos puede ver; ni siquiera nos conoce. Somos carne de sus escombros. La necia pulpa de su eternidad.

Tras una inspección minuciosa y resignada del caserón, Montalbán tomó asiento en la butaca persa que descansaba en uno de sus pasillos y poco a poco, cuando sus propias y jadeantes resonancias se fueron apagando, rescató de la nada un leve pero insistente sonido que venía… pues venía de todas partes. Un sonido como de legumbres y hojalata que, habiendo sido trozadas a medias, estuvieran siendo masticadas a una enorme distancia de donde Braulio Gimeno se encontraba. Los indios caribe lo llaman nacaru, “el murmullo enfadado de la madre tierra”, el sonido que antecede a la terrible destrucción.

Acostumbrado a enfrentar complicaciones inminentes desde que su madre lo persiguiera por primera vez con la sartén de los huevos fritos, tan sólo dos fueron los segundos que el hombre necesitó para digerir aquella devoradora realidad y tomar una resolución (casi) inmediatamente. No iba por la mitad del tercero y el agitado barrigón con papada de primer premio ya enfilaba raudo hacia su “Super Bunker Anti Apocalipsis Tectónico” (B.U.L.O. en sus siglas originales), una cúpula vidriada e irrompible –según el prospecto- que el previsor y siempre acertado mafioso supo construir en medio de su jardín de flores, entre las begonias africanas, las esculturas del maestro Regazzoni y los 7 flamencos rosados adquiridos en “Mondo Kitch”, a dos por uno el flamenco.

La furia ciega de lo inerte mastica y engulle nuestras torpes existencias, eructando satisfecho los efluvios de la desolación. No hay vida mejor vivida que la que se vive muriendo.

Desde su B.U.L.O. Braulio Gimeno Montalbán pudo presenciar todo el devastador proceso sin sufrir siquiera un rasguño. En su mente quedaron grabadas imágenes tan bizarras e irreales que ni las locuras alucinógenas de un artista en pleno viaje psicotrópico hubieran podido secundarlas. Todo lo que alguna vez había permanecido inmóvil y expectante en su porción terrenal de los paisajes aledaños, se elevaba ahora como barrilete de niño mimado con la brisa de verano. Desplegando giros increíbles y desprendiendo partes de sus partes, los meteoritos de elaboración doméstica se proyectaban en todas las direcciones. Los mismos acompañados, siempre, por un leal séquito de esquirlas. Las casas vecinas, la suya propia, autos, árboles, animales y personas… Jamás se lo dijo a nadie pero el barrigón de la cápsula sabe que fue Don Armando quien pasó volando, montado en su bicicleta, por encima de su burbuja. El pobre aún estaba vivo, y duro como una piedra.

La paz es un estado del alma, jamás de la naturaleza. La crianza del universo nos corresponde. Sólo los dioses se mueven y no van a ningún lado. No conocen el tiempo y ya se han acostumbrado. Nosotros, en cambio, tenemos que morir.

A partir de entonces Montalbán no fue más el que tanto supo ser. Su rostro cambió de expresión y su riqueza de manos. Lo donó todo a las víctimas de aquella innombrable catástrofe.

Pocos días después, desapareció para siempre.

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